Una película sobre el amor
500 días con ella no es una película de amor. La voz en off al comienzo ya nos lo advierte pero es bueno saberlo antes de estar sentado en la butaca de nuestro cine preferido. Una vez que estamos enterados de esto, podemos disfrutar de la mejor comedia romántica –hay que ponerla en el género igualmente- que se haya estrenado en mucho tiempo. Porque 500 días… no es una película de amor, pero si sobre el amor, sobre los amoríos, sobre enamorarse, sobre tener el corazón roto y no entender la razón, es decir, sobre todo lo que puede suceder cuando nos enamoramos.
Tom Hansen es un joven arquitecto que prefirió, más por comodidad que por otra cosa, trabajar en una empresa que se dedica a diseñar tarjetas de regalo, de esas que se regalan cuando es San Valentín o cuando alguien se recibe y no pudimos asistir a la tradicional tirada de huevos. Un día como cualquiera, que será el día 1 de los 500, su jefe le presentará a Summer (la bella y exótica Zooey Deschanel), la nueva empleada, y Tom no podrá más que enamorarse perdidamente de ella. La historia será contada de manera desordenada, pasando del día 1 al 124 y del 143 a 380 para volver otra vez a comienzo. Este ordenamiento algo caprichoso quizá no tenga un sentido argumental que le sume demasiado a la narración en sí, pero sí logra un efecto cómico interesante porque el protagonista pasa del amor al despecho en un segundo y la sorpresa es efectiva.
Lo más destacado de este agradable filme es el guión, con personajes muy bien construidos, pero más que nada con diálogos estupendos constantes. Estos parlamentos no son geniales porque digan grandes cosas, sino justamente lo contrario. En la banalidad, en lo cotidiano, en lo más trivial de cada situación, lo que dicen los personajes, lo que piensan y también lo que se nos muestra en imágenes a los espectadores nos hace sentir parte de esa situación de pareja particular que estamos viendo en la pantalla. Es allí donde la película triunfa ampliamente: remitiéndole al espectador –absolutamente todos los que alguna vez se enamoraron deberán poder sentirse identificados con este filme- a lo que es la vida en pareja, ya sea cuando las cosas salen bien, como cuando las cosas salen mal.
El director debutante Marc Webb transpone perfectamente en imágenes la maestría del guión –escrito por Scott Neustadter y Michael H. Weber- y se anima a jugarse el cuero con escenas que mal trabajadas podrían hacerlo caer en un desastre cinematográfico. En particular, una escena de coreografía y baile promediando la película, sería una típica escena para que los detractores se relaman y escupan toda su acidez. No creo que lo logren esta vez, pues se trata de una de las mejores escenas del filme. Por otra parte, su estética es totalmente particular y esa es otra decisión absolutamente acertada por parte de los responsables del filme.
Hay un juego de expectativas constante en 500 días… que funciona de mil maravillas. Permanentemente se nos muestra en pantalla el mundo anhelado por el protagonista, el deseo consumado, lo que él espera e interpreta de cada situación de la historia y, de repente, la cruda realidad. Cerca del final, la hermanita de Tom le dice que quizás tiene que dejar de recordar sólo lo bueno de esos 500 días y entonces el juego se hace muy claro.
El elenco merece un párrafo aparte porque no tiene fallas. Otra vez, un elenco de desconocidos –exceptuando a la pareja protagónica- nos sorprende con un trabajo fenomenal: los dos amigos y la hermanita del protagonista sirven de contrapeso humorístico y argumental en las poquísimas apariciones que tienen y logran un trabajo muy correcto. Por su parte Deschanel y Gordon Levitt brillan en cada fotograma en el que aparecen y es difícil imaginarse una pareja que pudiera haber hecho mejor su trabajo. Summer enamora desde su espontaneidad, desde su sonrisa, desde su ironía, pero también se hace desear en su distancia. Tan bien está en su papel que los Hombres Sensibles de Flores o alguna cofradía similar harían fila para recriminarle a Summer por algunas de sus actitudes. Levitt es simpatía pura, es carisma inolvidable aún cuando el mundo se le cae a pedazos.
500 días… es una película fresca, simpática, difícil de olvidar, que retrata metonímicamente y de manera estupenda el macromundo del amor, de la vida en pareja, ya sea con un diálogo algo tonto, con un agradable jueguito entre dos novios que recién se conocen o con la durísima imagen de las manos que se desencuentran, del llanto que no se puede explicar o del mismo jueguito cuando ya no causa la misma gracia. En esa radiografía de la pareja en la que todos nos identificamos, 500 días… nos cuenta su historia de amor, una que por más que queramos no podremos borrar de nuestra memoria. Aplausos para ellos.