El cine americano es bastante tajante en cuanto a categorizaciones se refiere. Algunas superproducciones podemos adivinarlas desde su póster, y lo mismo pasa con todos los géneros. Basta ver un minuto de una película americana, para saber a qué género pertenece. Lo mismo sucede con ese rótulo denominado “cine independiente”, una etiqueta que engloba a muchas producciones que suelen girar alrededor de tópicos muy similares entre sí. Hay dos temas/subgéneros que forman parte del cine independiente americano, casi como si fueran los únicos temas que el cine independiente se permite trabajar: los dramas con familias disfuncionales, y la comedia romántica alejada de las fórmulas “mainstream” del género. (500) days of Summer pertenece a la segunda categoría, y al abordar este tema, sumado al tinte particular que suelen tener esta clase de películas, se le adivina rápidamente su adscripción al cine independiente americano. Esto no habla mal de la película en sí, sino de la poca sorpresa general que despiertan las categorizaciones actuales de Hollywood. El cine independiente americano ya no posee grandes autores que hacen de lo independiente un depósito de reglas innovadoras, y si bien esta película no muestra un agotamiento de los tópicos del cine independiente (está claro que, aún hoy, muchas veces esta clase de cine se muestra más original que muchos de los géneros tradicionales del cine más comercial), el hecho de que desde el póster adivinemos que una película pertenece al cine independiente, es señal de una reiteración de formas que está empezando a hacer que ciertas propuestas pierdan su merecido crédito frente a la lógica global de las categorizaciones mercantilistas.
Mejor centrémonos en (500) days of Summer. Esta película se permite jugar a pleno con la idea de la comedia romántica, tergiversándola e incorporando múltiples elementos sin perder la naturaleza del relato, lo que la hace una de las películas con mayor profusión de ideas dentro de lo que es la comedia romántica “indie”. Lo que nos narra no son quinientos días de amor, sino quinientos días en los que Tom tiene a Summer en su cabeza, sin poder sacársela de allí. Lo que empieza como un enamoramiento veloz termina en una relación conflictiva, principalmente por la naturaleza de Summer de no permitirse ponerle rótulos a una relación, frente al deseo de Tom de comprometerse con ese vínculo.
La película es sumamente honesta con los personajes. Tan honesta que no cae en ninguno de los elementos propios de la fórmula cerrada de la comedia romántica. Hay romance, pero principalmente hay una exploración de la idea del amor. Y para ello, Marc Webb, el director, apela a una voz en off que nos narra esta suerte de romance (aclarándonos desde el principio que no debemos tomarlo como tal), y al recurso de marearnos desordenando arbitrariamente los dichosos quinientos días del título. La idea de Webb de presentar una especie de distanciamiento reflexivo a través de estos recursos, contrasta inteligentemente con la sincera pintura de personajes, que nos hace entrar de lleno en la mezcla de ilusión y desazón (y sobre todo, de obsesión) de Tom ante el errático comportamiento de Summer. La honestidad con la que se aborda esta historia de amor pierde fuerza con el giro final del personaje de Summer, aunque la película logra sortear, con un argumento débil pero aceptable, ese hecho extraño dentro de la naturaleza del personaje, para llevarnos a un final donde no se permite el acceso de clichés forzados de comedias románticas obvias, sin por ello perder la simpatía ahogándonos en una depresión similar a la que Tom parece acarrear en muchos momentos. Felizmente, la película entera posee un aire de optimismo todoterreno, que nos hace creer en el amor tanto como lo cree, y lo vive, Tom.
Volviendo al juego con el concepto del amor, este se traduce a la puesta en escena, con secuencias que pueden sorprender, aún pese a adoptar la misma narrativa lúdica que caracteriza al cine independiente americano. Las que persiguen ese abordaje a contramano de las normas del “mainstream” son particularmente aquellas escenas que describen los sentimientos de Tom. Escenas como la división de pantalla entre “ilusión” y “realidad”, o juegos que salen de la lógica de la película, apelando a referencias más que claras, como la manera en que Godard o Bergman describirían el aspecto más solitario y depresivo de Tom, a diferencia del tono general, están insertas para arrancar carcajadas (en el segundo caso, a aquellos que sepan decodificar esos homenajes). Otras escenas, como los consejos amorosos de la hermana pequeña, se suman a la simpatía del conjunto pero no causan demasiada gracia, por ser elementos bastante comunes dentro de la comedia “indie”.
En suma, (500) days of Summer es un film entrañable, fresco, y con una identidad propia a la hora de construir el universo que rodea a esta pseudo comedia romántica, con escenas imborrables, y un aire que la emparienta con otros films “indies” de amor, como Nick and Norah’s… Como siempre en el cine independiente americano, los recursos originales, tanto visuales como narrativos, están servidos en bandeja, así como las actuaciones a la medida de cada personaje, y una banda de sonido especial, elementos que nada tienen que ver con la mediocridad reinante en la comedia romántica que surge habitualmente del corazón de Hollywood, con estrellas gastadas, argumentos de bajo vuelo e historias de amor que de amor tienen solo unos besos desangelados. Bienvenida entonces esta propuesta cálida, ingeniosa y seductora, aunque es lamentable que la forma en que se presentan esta clase de películas siga reforzando la obvia etiqueta que sobrevuela permanentemente sobre el cine “indie”, como si todo ese cine fuese una masa amorfa incapaz de salir del esquema de los dramas familiares y los romances peculiares. Ojalá se sigan produciendo estas historias, siempre y cuando tengan tela para cortar e ideas originales sobre cómo cortarla, aunque mal no vendría que aparezca algún nuevo autor a reformular radicalmente los esquemas imperantes en el cine “indie” actual.