Lo viejo en envase nuevo
Aclaración: Algunas de las cosas que escribo en esta crítica están extraídas y vinculadas a un debate online que tuvimos con Daniel Cholakian, Javier Luzi y Mex Faliero.
(500) días con ella es un filme que se plantea casi como una anticomedia romántica, ya en la primera secuencia aclara que “esto no es una historia de Amor”. Pero en verdad sí lo es, y es una comedia que termina reafirmando el discurso ya conocido: el Amor es uno solo e inalterable.
Dije en algún momento del debate que estoy medio podrido de las películas que conciben al Amor como si fuera un todo: de ahí que cuando te rechazan, entrás en una depresión que termina afectando a tu entorno, y que irremediablemente conduce a una decadencia física y espiritual. No digo que eso no pueda pasar, pero (500) días con ella avala esta opción como si en verdad no hubiera alternativa. Es más, como asevera el final, el Amor incluso empieza donde termina el Amor. Lo transmitido es que nuestra identidad, nuestro lugar dentro de la sociedad, incluso dentro de los campos culturales, está marcado por el Amor. Y nos referimos al Amor como expresión de las relaciones de pareja, no vaya a ser que andemos solteros de aquí para allá.
Y la verdad de la milanesa es que el Amor es muy importante (¿vieron como utilizo las mayúsculas?), y en algunas ocasiones extremadamente doloroso, pero eso no nos impide seguir con nuestras vidas. Vamos al trabajo, estudiamos, nos juntamos con amigos, eventualmente tratamos de iniciar otras relaciones, etcétera. ¡Es más, hasta seguimos solteros y todo! El Amor es, por importante que resulte, sólo un componente más en nuestra existencia.
Podría decirse que el filme despliega cierta originalidad a partir de la autoconciencia de lo subjetivo en la historia, donde todo parte desde la mirada masculina. Pero quizás habría que preguntarse si eso es en sí un mérito o si ya forma parte de un imaginario donde el punto de vista del hombre es el que prevalece. Incluso en un género más afín al gusto femenino como es la comedia romántica, la mujer y sus concepciones terminan siendo relegadas. Nancy Meyers, por ejemplo, se creó toda una fama de directora que reflejaba los conceptos femeninos, cuando es en verdad bastante reaccionaria y machista en sus tesis. La Summer que nos muestra el filme de Webb es, a pesar de la dulce presencia de Zooey Deschanel, sólo un ejemplar más de esta tendencia: apenas un objeto de deseo, un vacío sólo rellenado por lo que desea poner en ella el protagonista, o más bien la película.
En cuanto a la ciudad y su vínculo con la profesión de arquitecto del protagonista, interpretado por Joseph Gordon-Levitt, no dejan de ser apuntes superficiales, sin contenido, forzados, meros intentos de darle una mayor profundidad y desarrollo a un personaje masculino que supuestamente tiene que cargar sobre sus hombros el peso de la historia, pero que en verdad es sólo una sucesión de trazos gruesos. Del mismo modo, la crítica que se esboza a su ámbito laboral –una empresa que emite tarjetas de felices deseos- no deja de ser un lugar común y facilista. Incluso sus amigos (exceptuando un diálogo donde uno de ellos reivindica sin bajar línea innecesariamente su noviazgo con una chica a la que conoció en el secundario) no escapan al estereotipo freak, actuando como meras excusas para chistes supuestamente piolas. Pareciera ser que el guión sólo dispusiera de algunos diálogos ingeniosos y un par de ideas visuales, y que intentara insertarlas forzadamente dentro de un relato con mucho potencial, pero que se queda rápidamente sin nafta.
Y de la misma manera que la película cumple con todos los parámetros requeridos por el establishment, sus minutos concluyentes colocan todo en su justo orden, tranquilizando apropiadamente al espectador, dejando bien en claro lo que viene para el protagonista. En consecuencia, la película redunda, refuerza el marco previsible establecido por las convencionales sociales. Desde el principio al fin, (500) días con ella es así de previsible. Lo blanco sigue siendo blanco, lo negro sigue siendo negro. Y uno se pregunta: ¿dónde quedaron los grises?
En sus minutos finales el film coloca todo en su sitio y tranquiliza al espectador, le deja en claro lo que viene para el protagonista. Y el filme se torna redundante, al reforzar el marco previsible establecido por las convencionales sociales.