Está bien que una película de ciencia ficción como 65: Al borde de la extinción sea un toque fallida o no satisfaga del todo las expectativas de los amantes del género. Y está bien porque, más allá de algunos vicios propios del cine norteamericano (como la recurrencia al drama que atormenta a los personajes), la película escrita y dirigida por Scott Beck y Bryan Woods (los mismos que escribieron Un lugar en silencio, de John Krasinski), y coproducida por Sam Raimi, no le teme al riesgo y exprime al máximo los escasos recursos que maneja.
Con apenas un actor y tres actrices (dos de las cueles son secundarias), la película propone una premisa mínima y desesperante: Mills (Adam Driver), habitante del planeta Somaris, viaja al espacio en busca de una cura para su hija enferma (Chloe Coleman) y se estrella contra la Tierra en la época de los dinosaurios, es decir, hace 65 millones de años, a pocas horas de que un asteroide le ponga fin a la vida en el planeta.
La otra protagonista es la pequeña Koa (Ariana Greenblatt), única sobreviviente de la nave conducida por Mills. La niña habla un extraño idioma y los dificultosos diálogos entre ambos dan lugar a una particular relación de amistad paternal. De ahí en más, los dos tendrán que sobrevivir rodeados de dinosaurios hambrientos. En este caso, los extraterrestres son los protagonistas humanos.
La semejanza con la reciente serie The Last os Us (que también tiene como protagonistas a un adulto y a una niña) es inevitable, ya que el terreno y el género son similares, aunque acá se trata de una película de ciencia ficción situada en la prehistoria.
Como Mills y Koa llegan a la Tierra justo antes de que impacte el asteroide, la adrenalina y la urgencia se hacen sentir con el paso de los minutos. Los directores saben crear suspenso y se centran en los enormes animales sin prestarle demasiada atención al imponente paisaje que los rodea, ya que detenerse a contemplar la naturaleza en una situación de vida o muerte sería un error de puesta en escena.
Sin embargo, es muy molesto que metan a cada rato el drama de la hija de Mills y la cuestión de “la familia” y “el hogar” para darle una supuesta validez o verosimilitud a la historia, cuando en realidad ese elemento atenta contra lo que podría haber sido un modesto y sólido relato de ciencia ficción.
La película es un aceptable exponente del subgénero de dinosaurios y, en menor medida, del subgénero de monstruos prehistóricos de la clase B más desprejuiciada. Claramente, las fichas están puestas en el departamento de efectos especiales, que logra crear unos dinosauros impactantes y monstruosos, sin abusar del CGI y dándoles la oportunidad a los protagonistas de que se pongan la película al hombro y sumerjan al espectador en su aventura.
65: Al borde de la extinción probablemente quede en el olvido, pero al menos tiene la valentía de asumir riesgos poco habituales en las producciones actuales. Que una película con dos personajes enfrentados contra dinosaurios mantenga el interés hasta el final, no es poca cosa.