La nueva película de Scott Beck y Bryan Woods (responsables de la gran "Un Lugar en Silencio" junto a John Krasinski) nos adentra en un tiempo lejano, exactamente 65 millones de años atrás. Mills (Adam Driver), piloto interestelar, está casado con Alya (Nika King) y la pareja tiene una hija, Nevine (Chloe Coleman) con una salud delicada. Su próxima misión consiste en embarcarse durante dos años y transportar pasajeros. En el viaje su nave choca con una lluvia de asteroides, por lo que debe proceder a efectuar un aterrizaje de emergencia en un planeta desconocido, en lo que después sabremos que es la Tierra. La única sobreviviente es Koa (Ariana Greenblatt), con la que se entiende poco, mediante señas y a fuerza de repetir palabras ya que la niña no habla inglés, así que... no sabremos nada sobre ella. Sin conocerse, tendrán que confiar uno en el otro para escapar de lo que ya es una pesadilla y se pondrá peor cuando se encuentren con feroces dinosaurios que dominan el lugar. La única escapatoria es ubicar una cápsula que está a quince kilómetros en una carrera contra el tiempo y a merced de los peligros del lugar. Esta es la premisa de un film simple de una hora y media que me recordó en varios momentos a "Jurassic Park", pero si las comparo, pierde. Los efectos no aportan demasiado, no me brindó suspenso ni emoción en ningún momento, aunque la química entre los dos fluye. Lo que no es entretenido aquí es el guion, repetitivo y aburrido. Y uno siempre espera mucho más de Adam Driver, un actor que ya demostró un gran talento para desafíos de otra envergadura.