La idea de narrar el reencuentro entre una hija adolescente y su padre recientemente discapacitado invita a pensar en una sucesión de golpes bajos. Nada de eso: 66 preguntas a la Luna estudia, analiza y deconstruye ese vínculo con sensibilidad y sin pegar por debajo del cinturón, convirtiéndose así en “una película sobre el amor, el movimiento, la fluidez (y la falta de ellos)”, tal como reza una placa en los créditos iniciales.
La protagonista es Artemis (Sofia Kokkali), una jovencita obligada a regresar a Atenas por una situación que nadie desea: cuidar a su padre luego de que este fuera encontrado en un auto tras haber estado desaparecido, un intersticio de tiempo que dejó como secuela una esclerosis múltiple que hace que ese ex jugador de baloncesto apenas pueda caminar o controlar sus miembros.
Suena dramático, y lo es. Pero la realizadora griega Jacqueline Lentzou matiza esa situación con escenas donde predomina el humor. En una, por ejemplo, Artemis, harta de cuidar a un padre al que apenas conoce y acompañarlo a sus largas sesiones con el fisioterapeuta, participa junto al resto de su familia de las entrevistas para encontrar una cuidadora. Que ninguna hable griego, generando los inevitables enredos lingüísticos, es la muestra más fiel del tono que le imprime Lentzou al relato.
Mientras debe hacerse cargo de su padre (la madre es una figura ausente y el hombre no parece tener muchos amigos), Artemis está tironeada entre sus obligaciones y los impulsos y deseos propios de su edad, como demuestran las juntadas con amigos. Son momentos de pequeña felicidad que le depara la película a su heroína, una jovencita obligada a convertirse en adulta.