Flamante novedad en las salas locales, “66 Preguntas a la Luna” pertenece a esa exquisita clase llamada cine arte. Coproducción greco-francesa, fue estrenada en la edición 2020 del Festival de Berlín, una de las vidrieras más importantes del mundo. Es la ópera prima de la realizadora Jacqueline Lentzou, proveniente del mundo del cortometraje y cuya cámara sabe observar en detalle, tal como aquí se comprueba, a través de este ejemplar de cine de autor que indaga en vínculos familiares atravesados por una penosa enfermedad. Nos adentramos en un relato contenido, construido con paciencia, apoyándose en el talentoso dúo conformado por Sofia Kokkali y Lazaros Georgakopoulos. Simbólica y esotérica, la película nos plantea interrogantes existenciales en complejas dinámicas vinculares. ¿Qué entendemos por cercanía? Cuánto se siente su falta, paradójicamente, al momento de convivir dentro de las paredes de un mismo cuarto. El trance se torna insoportable, el trauma reprime las emociones y la falta de comunicación es evidente. ¿Cómo crear una realidad paralela por medio de la cual discurrir? Otra perspectiva se abre ante nuestra mirada, prefiriendo no perseguir un realismo psicológico como recurso formal a la hora de visibilizar el padecimiento diario que sufre el personaje de Artemisa, al cuidado de su padre. La distancia emocional es inabarcable, paradigma al que se enfrenta con el profundo deseo de encontrar certeras respuestas a latentes inquietudes. No hay predicciones certeras en el cotidiano devenir, entonces, ¿qué la motiva, a fin de cuentas? Dispuesta a correr suficientes riesgos, emprende la joven un reencuentro con su pasado, en valiente batalla con la propia naturaleza dual. Haciendo especial hincapié en el movimiento corporal, en los silencios y en la interioridad de las sensaciones, esta historia de amor intergeneracional no escatimará audacia ni experimentación visual. El espejo de la ficción imita a la vida, y es una línea extremadamente fina, sostenida en la total incertidumbre. Los extremos, como siempre, acaban confundiéndose, confrontándose y cuestionándose: ¿qué es normal? ¿qué es cordura? ¿qué es enfermedad? La herida se abreva con sal: hay marcas imborrables en la piel y ese lejano secreto guardado conserva intacto las consecuencias a su inevitable descubrimiento.