La relación del espectador argentino con la cinematografía griega puede resumirse en pocos nombres de impacto como Michael Cacoyannis (Zorba, el griego), Theo Angelopoulos (La mirada de Ulises) y Yorgos Lanthimos (Canino). Sumados Costa-Gavras, desde lo internacional, y Pantelis Voulgaris, desde lo local, como las marcas permanentes de un cine que se ha conocido fundamentalmente a través de ciclos y retrospectivas como la que –paralelamente a este estreno– se hará en el Malba. Así, la ópera prima de Jacqueline Lentzou merece la atención y más si se busca una propuesta arraigada en las coordenadas del cine de autor contemporáneo más exigente.
Porque más allá de la historia, donde una joven regresa a cuidar de su padre enfermo descubriendo un secreto oculto durante años con un pasado reconstruido a través de cintas VHS, lo interesante de Lentzou es el depurado y riguroso tratamiento de una dura temática con una cuidada forma narrativa que puede sintetizarse a través del subtítulo del film: “Una película sobre el amor, el movimiento, la fluidez (y la falta de ellos)”.
Cuatro cartas de Tarot estructuran los episodios donde los principales protagonistas tienen, asimismo, nombres de la mitología que hubiesen podido significar la explicitación del drama familiar. Pero la inteligente mirada de Lentzou a su extraordinario dúo protagónico y la singular puesta de cámara y fotografía hacen que lo cotidiano sea elevado a una experiencia visualmente subyugante y sensiblemente conmovedora.