La circulación más intensa
El film paraguayo apunta al género, la comedia, a la dinámica física y de cámara y sale por demás airoso: la agitada historia del adolescente Víctor encuentra un contexto ideal en ese abigarrado conjunto de pasillos, transitados por un elenco homogéneo.
De intenso tráfico por festivales internacionales desde el momento de su lanzamiento (agosto de 2012), 7 cajas es el segundo film paraguayo en estrenarse en Argentina, después de la magnífica Hamaca paraguaya (2006). La película de Paz Encina se caracterizaba por su absoluto rigor y despojamiento, expresados en una serie de planos contados, fijos y distantes, sobre un contemplativo matrimonio que charlaba escuetamente. Ganadora del Premio del Jurado Joven en San Sebastián 2012, la ópera prima de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori apuesta, muy por el contrario, al género, a la comedia, a la dinámica física y de cámara, apelando incluso a algún breve fragmento clipero. En algo coincide, sin embargo, con el film de Encina. Coincide en su rigor, no sólo técnico, sino también narrativo, nacido de un planteamiento específico respecto del tratamiento de las tres unidades cinematográficas básicas: tiempo, espacio, movimiento. Un rigor que, a diferencia del opus uno de Encina, tiene en cuenta el gusto de un público más o menos masivo e internacional.
Aunque parezcan de imposible convivencia, podrían detectarse en 7 cajas huellas tan disímiles como las del neorrealismo, el costumbrismo, el tarantinismo. Y hasta, forzando un poco las cosas, las del documental argentino Hacerme feriante (2010). En el sentido de que éste transcurría íntegramente dentro de la laberíntica y abigarrada inmensidad de la feria de La Salada, y 7 cajas tampoco sale jamás de los límites de una feria de ocho manzanas de extensión, el Mercado 4 de Asunción. Es un viernes de abril de 2005 y hace un calor paraguayo allí en el mercado, donde transpirados carretilleros en musculosa compiten a brazo partido por el transporte de embalajes. Fascinado con el mundo de la tele y el cine, el adolescente Víctor (Celso Franco) queda alucinado cuando ve el celular que una amiga le prestó a su hermana para que lo vendiera. La cifra es astronómica para Víctor, pero las vueltas del azar terminan poniéndolo frente a las cajas del título, por cuyo transporte le prometen 100 dólares. Si llega a destino, claro. Esa es la cuestión, cuando la carga es más escabrosa que legal y por ella disputan feriantes, malandras, intermediarios y la policía.
Los méritos de 7 cajas están a la vista. No sólo un elenco de total homogeneidad –sometido seguramente a largos y exigentes ensayos por parte del dúo de realizadores– y una excelencia técnica que va de una fotografía de colores saturados a unos travellings de vértigo, sino, sobre todo, la estricta apuesta al tiempo real y el decorado único, hecho de kilómetros de pasillos tan superpoblados y ensortijados como los de Chungking, en Hong Kong. A propósito: ¿no habrá que sumar Chungking Express, de Wong Kar Wai, a las posibles influencias de 7 cajas? Vaya a saber. Tiempo real, corridas desesperadas (con carretillas o sin ellas) y gran cantidad de personajes cruzándose sin parar aseguran una dinámica vertiginosa. Maneglia & Schémbori apuestan a ella y ganan. Sobre todo porque la circulación no es sólo de gente y carretillas, sino de objetos, deseos e intereses.
Tanta circulación como en Los guantes mágicos o cualquier película de Martín Rejtman. (¿Otro antecedente? Más vale parar con las especulaciones, antes de que se tornen infinitas.) Circulación de cajas, dinero y celulares. Es 2005, y por el solo hecho de poseer cámara, modelos móviles que hoy parecen paleozoicos son cortejados con asombro casi infantil no sólo por Víctor y su amiga Liz (la eléctrica Lali González), sino por policías que recuerdan un poco al sargento García. Hablando de cortejo, cualquiera se da cuenta de que el constante salir al paso de Víctor por parte de Liz –por más que ésta quiera disimularlo con dureza ligeramente sobreactuada– no es casual. Cualquiera, menos el muy ingenuo Víctor. Pero, vamos, 7 cajas no es la clase de película que no le dé a la larga al espectador lo que el espectador desea.
¿Puntos falsos? Los hay. Por un lado, al no espiralarse, a la deliberada circularidad parecería faltarle una quinta marcha. Un poco como el “toquecito” lateralizado de algunos partidos del Mundial. Por otro, uno de los mayores méritos de la película, el de poner a los protagonistas en el mismo plano de sobrevivientes, que no pueden darse el lujo de lo legal o lo moral (pero no por ello dejan de ser unos tipos cualesquiera) se ve traicionado cuando al final algunos de ellos se ponen a disparar como en un thriller yanqui. Y 7 cajas no es, y se nota que no quiere ser, un thriller yanqui. No por nada se habla tanto o más en guaraní que en castellano, con subtítulos ad hoc. Finalmente, los sueños de Víctor por el mundo de la tele, la fama y la celebridad no sólo son trillados, sino que suenan absolutamente “puestos”, lejos de la mecánica inevitable que anima el resto de la película.