Savia nueva en el cine paraguayo
Con nervio y garra desde el primer minuto, “7 Cajas” cuenta un momento en la vida de Víctor, un adolescente paraguayo que se gana el sustento diario transportando bultos en un mercado de abasto asunceño. Un insalubre espacio que abarca 6 manzanas, donde se amontonan puestos precarios en los que se compra y se vende desde alimentos hasta artículos de electrónica: un micromundo que contiene al cielo y el infierno de la humanidad.
El muchachito está fascinado con las nuevas tecnologías, seducido por la publicidad que venden profusamente los televisores. Su gran sueño es tener un teléfono móvil de última generación y cuando le ofrecen medio billete de 100 dólares por transportar 7 cajas de contenido desconocido, ve cercana la posibilidad de concretar sus fantasías de romance con fama y confort. Sostenido en la promesa de que tendrá el billete completo, cuando el encargo llegue a destino, Víctor tendrá que defender las misteriosas cajas del asedio de policías, mafiosos y marginales que se cruzarán en esa jungla inestable y peligrosa.
Hay una permanente sensación de amenazante caos que también es lingüístico (el castellano se mezcla con guaraní) y se incrementa con persecuciones continuas registradas con cámara subjetiva y vertiginosa. Frenéticamente, se suceden primerísimos planos que transpiran y laten junto a las miradas y la respiración de los cuerpos siempre cercanos.
La película amalgama el thriller, el melodrama, el cine negro, el esperpento, un sucio realismo costumbrista y un romanticismo ingenuo. Una mezcla que funciona a la perfección gracias a un ritmo trepidante y un humor sostenido.
Tiernamente implacable
La ácida crítica social que destila el film no es sin embargo su objetivo principal (y en eso marca diferencias con otros). Su crónica social callejera, a pesar de revelar un panorama mucho más que sórdido, aspira sobre todo a ser un thriller que corte el aliento. El corazón de la película es su gran fuerza visual, que no se regodea en la miseria circundante, sino que la utiliza para conformar un mosaico en torno a la violencia que puede despertarse a partir de una circunstancia insignificante.
Una cámara que avanza con energía avasallante, mientras por el camino desoculta muchas de las miserias que hacen a la condición humana. Un retrato social que no es condescendiente con los menos favorecidos, al estilo de las criaturas de “Los Olvidados” de Buñuel, lo miserable de la pobreza se muestra sin concesiones y la violencia aparece en su costado grotesco.
Ambientada durante una calurosa jornada con su correspondiente noche, hasta el amanecer, la opera prima de la dupla Maneglia-Schémbori, que ya vendió en Paraguay más entradas que “Titanic”, propone una mirada implacable sobre la desintegración social que no dejará indiferente a nadie, alertando con sus personajes dispuestos a dejar jirones de piel por un trozo de papel, el billete que se parte y se vuelve a partir como un cuerpo sin alma. Y no es que la humanidad brilla por su ausencia, sino que está omnipresente en su oscura condición más descarnada, en situaciones que arrojan a las puertas del crimen pero donde no se entra, porque la maldad y la angustia se trocan en humor electrizante .
Lo bueno de “Siete cajas” es cómo demuestra que el buen cine no siempre necesita de las grandes producciones sino esencialmente de la creatividad y el talento para contar historias con pasión, a las que viene muy bien ver, de vez en cuando, por su mirada desprejuiciada y heterodoxa, de vitalidad contagiosa.