Cuento chino.
Claire nunca se recuperó del trauma de encontrar a su madre muerta siendo una niña, un hecho que destruyó su familia. Una década después, convive con un padre que la avergüenza y, como buena adolescente de película, sufre por no ser popular en la escuela.
Su vida parece cambiar para mejor cuando su padre encuentra -revisando la basura- una misteriosa caja musical, adornada con caracteres en chino antiguo. Como casualmente Claire se dedica a estudiar chino en la escuela, logra descifrar lo suficiente como para entender que la caja promete cumplir 7 deseos a su propietaria.
Durante un momento de frustración, pide su primer deseo sin esperar que algo suceda. Cuando al día siguiente se entera de que su macabro deseo se volvió realidad de forma muy específica, lo atribuye a una coincidencia y lo ignora. También es una simple coincidencia que ese mismo día su perro muera de forma extraña. Recién después de otras coincidencias demasiado raras se decide a consultar con su amigo chino para descifrar el resto de las inscripciones.
Los deseos de Claire cambian su vida por completo y en cuestión de días recibe una fortuna, su padre recompone su vida y el chico de sus sueños se obsesiona con ella. Pero como no puede unir dos puntos ni aunque tengan una flecha apuntando el camino, no relaciona su buena suerte con la extraña caja ni con la serie de muertes violentas que va atacando a la gente cercana, hasta que es demasiado tarde.
El destino final de la pata de mono:
El segundo estreno en menos de un año de John R. Leonetti (con grandes éxitos en su CV como Annabelle, Mortal Kombat 2 o Efecto Mariposa 2), tiene varios elementos como para que esta vez sea él quien comienza una saga en vez de continuar la de otra gente: adolescentes que al menos sepan verse bien en cámara, una idea gastada que los millennials aún no conozcan, y un guión tan chato o absurdo que permita salir a comprar pochoclos a mitad de la película sin que eso impida entender cómo sigue al volver.
Todo sazonado con un par de muertes violentas (aunque no demasiado explícitas) como para no dejar afuera de la sala a los de 13.
No hay prácticamente nada en 7 deseos que pueda tomarse en serio o considerarse rescatable. La trama es tan absurda y forzada que para sostenerse -además de depender de una serie de casualidades- necesita convertir a sus personajes principales en lo suficientemente estúpidos como para que sigan adelante sin entender lo que está pasando, aunque el público lo hubiera descifrado varias escenas antes (y no sólo porque los dos o tres intentos de misterios que plantean sean simples o trillados, sino porque la película se encarga de dejarlos bien explícitos desde que aparecen y encima, por las dudas, luego de resolverlos los explican).
No es criticable el rescatar la idea clásica de los deseos que se vuelven en contra de quien los hace, justamente porque para eso son los clásicos. De más dudoso gusto es que cinco Destino Final no alcanzaran para aprender a resolver mejor el recurso del ente invisible provocando accidentes: además de no construir casi nunca algo de tensión, se ven tan falsos e inverosímiles que delatan el detalle de que se hicieron con un presupuesto irrisorio para los estándares de la industria.
Si bien es sabido que el género de terror funciona entre nuestro público a pesar de todo, es un misterio cómo una película de esta escala y sin ningún nombre que atraiga público, recibe lanzamiento casi en simultáneo en nuestro país.
La manera de lograr que 7 deseos sea una película medianamente disfrutable, es ignorando la forma en que la venden. Si en vez de una historia de terror se sientan a reírse de una comedia, todo se vuelve mucho más aceptable y hasta divertido, aunque no hay indicios de que esa fuera la intención del director.
Conclusión:
Sin suspenso, trama, ni efectos especiales decentes, 7 deseos tiene mucho más sentido como comedia involuntaria que como película de terror.