Desde su Cataluña natal, el pequeño Nicolás Rubió y su familia debieron trasladarse al pueblito francés de Vielles, huyendo así de los estragos de la Guerra Civil Española. Aquí ese muchacho comenzó a interesarse por la pintura y a tomar contacto con los pocos habitantes de un lugar en el que la pobreza era el pan de cada día y las relaciones entre los pueblerinos estaban signadas por la calidez y la paciencia de esperar un futuro mejor. Todo ello quedó en la memoria de Rubió que, con los años, se trasladó a la Argentina, donde se destacó como eximio pintor y escultor. Aquellos cercos, praderas y senderos y aquellos amigos, parientes y boyeros de su infancia fueron los motivos de sus más de 600 cuadros que reflejan con enorme melancolía esos días en que el artista transitaba aquel lugar que quedó reflejado en sus retinas como una indeleble marca a fuego.
El novel director Fernando Domínguez rescató en este documental esa obra de Rubió. Y lo hizo con enorme simpleza mostrando al pintor en su atelier frente a esas pinturas que lo trasladaban a su pasado. A veces su pincel demoraba en su trazo, ya que tenía entre brumas la cantidad de ventanas que poseía su casa, o vacilaba en dejar impreso en el lienzo las figuras de aquellos personajes que transitaban las humildes calles de Vielles. Pero esto no era un problema demasiado pesado para Rubió, quien finalmente lograba estampar aquellos recuerdos que, con mágicos colores, lo volvían a revivir los pasados años infantiles. Con este film su realizador pudo percibir que la pintura no es sólo una acción física, una mano que mueve un pincel, sino algo del espíritu mismo, y quien dice espíritu, dice ideas, sentimientos, vacilaciones y dudas. Si bien todo esto no se ve nunca, Domínguez logró filmar lo que no se ve y es la realidad del arte.
Muy pocas son las palabras que se escuchan en el film. Hay alguna breve comunicación telefónica de Rubió con algún pariente catalán para que le refresque la memoria acerca de la cantidad y el tamaño de las ventanas de su casa juvenil o ciertas frases que el artista deja deslizar mientras su pincel trabaja con ahínco. Las palabras, en definitiva, son aquí casi innecesarias, ya que lo que vale son sus cuadros impregnados de esa emoción traducida en bellas imágenes. El documental queda, pues, como un emotivo homenaje tanto al artista como a su necesidad de atrapar su pasado en esas pinturas que son, sin duda, la virtud de volver a aquellos años en que fue feliz entre 75 habitantes, 20 casas y 300 vacas.