La paranoia, la pérdida de la identidad, el dilema ético frente a una situación límite, la necesidad de quien nunca tuvo nada y de pronto puede tener todo. Estas y otras ideas atraviesan El dilema de Mr. Haffmann, logrado film de Fred Cavayé, basado en la premiada obra de teatro homónima de Jean-Philippe Daguerre. La paranoia, la pérdida de la identidad, el dilema ético frente a una situación límite, la necesidad de quien nunca tuvo nada y de pronto puede tener todo. Estas y otras ideas atraviesan El dilema de Mr. Haffmann, logrado film de Fred Cavayé, basado en la premiada obra de teatro homónima de Jean-Philippe Daguerre. Pero el control de las fronteras no le permite salir del país, por lo que decide esconderse en el sótano de su negocio con la complicidad de Mercier y de su mujer Blanche (Sara Giraudeau). Los días se transforman en semanas, y luego en meses. Mientras Haffmann sobrevive bajo tierra, François comienza a ganar prestigio entre las tropas alemanas, abriéndose ante él un presente impensado, que comienza a desequilibrarlo. Aunque sabe que no está a la altura de su antiguo jefe, este ya no existe para aquel mundo. Ahora todo es suyo. Luego de un punto de partida en clave de thriller, con algunos golpes de efecto incluidos, la película se asienta en una constante y bien llevada tensión dramática, apoyada exclusivamente en el brillante trío de intérpretes, con Daniel Auteuil entregando otro de esos trabajos impecables que lo han puesto en el sitial de excelencia que ostenta desde hace años. La condición asfixiante de Haffmann en su ostracismo contrasta a la perfección con la de Mercier, que por primera vez puede salir a la luz, ser alguien, aun cuando su imagen esté construida en base a una mentira. Y en el medio Blanche, el único personaje con el suficiente sentido común como para poder tomar distancia de la problemática que envuelve a los dos hombres y ver que la realidad que los rodea es muy distinta. Sin ahondar en el in crescendo emocional que sellará el destino de los protagonistas, hay una conexión interesante entre los tres, que tiene que ver con la figura de la familia y especialmente de los hijos, como metáfora de futuro. Tanto Haffmann, que acepta el confinamiento como una forma de proteger y reencontrarse con los suyos, como los que Mercier añora tener sin éxito. Esta motivación, que obsesiona a ambos, será el motor de sus acciones, así como también de sus consecuencias. Aunque la premisa no es necesariamente original, y ya ha alimentado un sinnúmero de películas ambientadas en la misma época, El dilema de Mr. Haffmann acierta en dejar en segundo plano la amenaza de los invasores alemanes para concentrarse en explorar la compleja esencia del ser humano en ese contexto. El enemigo no está afuera, vive dentro nuestro, y basta una decisión desesperada o un paso en falso para despertarlo. A partir de entonces, lo que vendrá será impredecible.
1982, la gesta recupera con pasión la historia de 22 soldados de Malvinas El documental de Nicolás Canale se apoya en la contundencia de las historias de vida que refleja y un sólido trabajo de archivo ¿Dónde estaban y qué pensaron muchos cuando se enteraron del éxito ese 2 de abril de 1982 de la llamada Operación Rosario? ¿Cómo fueron convocados los jóvenes a participar en ese conflicto? ¿Qué se siente perder a un compañero en combate? Estas y muchas otras preguntas son la que responden estos 22 veteranos en este documental que transita con calidez y pasión uno de los más dramáticos sucesos de la historia argentina. El film, a través de las voces de sus protagonistas, describe los hitos más importantes de esa guerra mientras se honra el valor de esos héroes. El documental llega a 40 años de aquel momento y relata las contingencias de esos hombres que sufrieron la derrota y tuvieron la valentía de hacer pie en la tierra malvinense. El director Nicolás Canale fue mostrando en sus relatos y a través de añejas fotografías, impresionantes escenas cinematográficas de varios noticieros y mapas que señalan los lugares más importantes en los que tuvieron lugar las más encarnizadas batallas, que redondean este conjunto de historias que son relatadas con lágrimas de tristeza y también con exaltación
Cuando la miro plantea un duelo actoral entre Julio Chávez y Marilú Marini Javier es un artista plástico que pasa sus días sin sobresaltos. Uno de esos días comienza a emprender un extraño proyecto: filmar a su madre. Él no es cineasta e improvisa esta tarea, y así sus ojos de artista y de hijo necesitan mirarla y registrar cada sonrisa, cada palabra, cada recuerdo y cada gesto. Ella se entusiasma con ese proyecto: la filmación no sólo será el registro de esa mujer octogenaria que rememora sus amores perdidos, sus alocados viajes y su necesidad de vivir con entusiasmo cada momento de su larga vida. Ese diálogo que, con palabras simples, mantienen ambos frente a la cámara será también el encuentro de Javier con su madre. De esas conversaciones surgirán, también, algunos secretos bien guardados tanto de uno como de otra, aunque en ningún momento se producirá un choque que pueda perturbar ese cálido y amoroso encuentro. Julio Chávez, reconocido actor de cine, de teatro y de televisión, se lanzó con este film, por primera vez, a la nada fácil tarea de convertirse en director de cine y con un guion que habla de recuerdos y de nostalgia logró aportar la necesaria madurez que necesitaba este entramado que es, en definitiva, la historia de una fascinación. Como actor supo aportar la suficiente fuerza para ponerse en la piel de ese artista plástico, mientras Marilú Marini logra una excelente composición de esa madre dispuesta a revivir sus andanzas sexuales y sus pícaras aventuras teñidas de risas y de emociones.
Si hay algo que logra esta película, exhibida por primera vez en la Argentina hace unos días en una nueva edición del ya tradicional Festival de Cine Alemán de Buenos Aires, es transmitir la sorprendente frialdad con la que el nazismo decidió sus políticas de exterminio. Cuesta creer que la humanidad haya llegado a ese punto, pero la Conferencia de Wannsee, una reunión de altos funcionarios gubernamentales de la Alemania de Adolf Hitler con líderes de las Schutzstaffel (SS) celebrada en ese suburbio berlinés el 20 de enero de 1942, es una prueba concluyente de la estricta planificación con la que se concretó el Holocausto. En ese encuentro para decidir “la solución final para la cuestión judía” estuvieron también algunos gobernadores de las zonas ocupadas del Este de Europa, juristas, directores de transportes e industriales. Todos hablando de gestión eficaz, optimización de recursos y tiempos, logística de transporte y ratios de eliminación de prisioneros como si se tratara de las estrategias de funcionamiento una fábrica para obtener los mejores resultados. Quien levantó el acta de esa reunión organizada por Reinhard Heydrich, oficial nazi de alto rango durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los principales arquitectos del Holocausto, fue Adolf Eichmann, también responsable de la idea de generalizar un método de eliminación física de adultos y niños “rápido, eficaz y barato” que Rudolf Höss, director del campo de exterminio de Auschwitz, ya había puesto en marcha en su área de influencia: el gas Zyklon. La puesta en escena de La conferencia es esquemática -largas conversaciones filmadas en plano y contraplano-, un reflejo ajustado de la formalidad de ese cónclave siniestro en el que nunca se cuestionó la matanza pero sí se discutieron como formalidades burocráticas el traslado de las víctimas a los campos de exterminio en condiciones de hacinamiento y su incineración posterior en hornos diseñados expresamente para las cremaciones. Los problemas que aparecieron en esa conversación no estuvieron relacionados con ningún cargo de conciencia, sólo se habló de costos e incluso del trauma que podría provocar en los integrantes del ejército nazi llevar a cabo el macabro plan. Si hubo diferencias, estuvieron relacionadas con la intención manifiesta de sumar puntos en la escala “meritocrática” del régimen. Hitler fue la cara más visible del horror, el símbolo oscuro que perduró en la Historia. Pero su figura estuvo sostenida por una maquinaria feroz cuyo combustible principal era el odio, un veneno potente esparcido con insistencia por un calibrado aparato de propaganda que consiguió la complicidad de buena parte de la sociedad alemana, que todavía hoy intenta sanar las heridas de aquel despropósito.
El fotógrafo guatemalteco Sergio Montufar Codoñer busca la foto perfecta y para ello deberá alejarse de las luces urbanas y viajar hasta donde están emplazados los grandes telescopios de los observatorios astronómicos de la Argentina. En su travesía descubre que está embarcado en una búsqueda colectiva que involucra también a investigadores, informáticos, mecánicos y muchos más apasionados del cielo. El director Hernán Moyano (Habitaciones para turistas, Grité una noche, Caja de acertijos), elaboró con estos elementos un documental tan cálido como curioso en el que se aleja de las ciudades y recorre un camino que lo lleva hasta los telescopios más importantes de nuestro país: los observatorios astronómicos de La Plata y de Córdoba, el observatorio Félix Aguilar y el complejo astronómico El Leoncito, los dos últimos levantados en la provincia de San Juan. Para Moyano, este fue un proyecto demandante desde el punto de vista técnico, ya que tuvo el doble desafío de generar un film documental tanto en un formato tradicional para las pantallas cinematográficas como para poder proyectarse en los planetarios más avanzados del mundo. Millares de estrellas, cielos luminosos y planicies interminables son las verdaderas figuras de esta atípica película que habla sin palabras de la maravilla del cielo y de sus innumerables multicolores que se multiplican sin cesar.
Sebastián, un joven de 20 años, cumple una pena por crímenes que cometió siendo menor de edad. Al ser trasladado a su lugar de encierro descubre que se trata de un sitio muy diferente al del sistema penitenciario tradicional. Allí no hay armas, rejas ni celdas, las puertas permanecen abiertas y las autoridades son docentes, trabajadores sociales y psicólogos. Mientras se adapta a las nuevas normas conoce a otros internos y reflexiona sobre su pasado y sobre la posibilidad de tener una oportunidad cuando quede libre de su condena. El film, cálido y simple en su estructura, muestra por primera vez el interior de una cárcel bonaerense en la que los internados cumplen sus penas por delitos graves y se inserta en los elementos diarios de ese grupo juvenil que intenta huir de su pasado y renacer a una nueva vida. El escenario de este entramado es el Centro de Contención ubicado en la localidad de Moreno y allí sus jóvenes reclusos se apoyan en las lecciones que el grupo de docentes les van enseñando para el camino de una nueva existencia. El director Juan Manuel Repetto (Fausto también y El panelista) logró con indudable emoción mostrar y demostrar la forma en la que los delincuentes pueden subsistir a través de simples palabras, de emocionados gestos y de constante ternura. Un juvenil elenco aporta emoción a estas diferentes condenas y así se logra un documental que habla de comprensión y de sinceridad y se apoya en una fotografía y en una música de adecuados ritmos.
Por un país al que es difícil llegar y mucho más vivir en él se halla Anna, una joven dispuesta a hallar a su hermano desaparecido. Para ello deberá enfrentarse con hombres y mujeres inmersos en la suciedad de esa ciudad en la que domina el dolor de la incomprensión junto a la necesidad, por parte de sus habitantes, de recomponer sus miserables existencias. En el transcurso de esa búsqueda la muchacha conocerá y se enamorará de Sam, un periodista extranjero que intentará hallar informaciones de ese lúgubre lugar. En medio de la búsqueda incesante de la pareja perdurará la noción de que el amor es posible y siempre dispuesto a enfrentarse a las más crudas adversidades. Adaptado de la novela homónima de Paul Auster por el propio escritor norteamericano y Chomsky, en un proyecto que abarcó décadas, el film logra construir una cálida y, a la vez, dura historia que habla del mundo del futuro en el que sus protagonistas intentarán salir indemnes de sus respectivas y nada fáciles circunstancias. Todo en esta trama fija su mirada en la necesidad de escapar de un micromundo en el que todo es cotidianamente tan absurdo como doloroso. Un más que correcto elenco, encabezado por Jazmín Diz, una música que acierta en sus emotivos trazos y una impecable fotografía apoyan el entramado de esta historia plena de sugestión, de emotividad y de intensidad dramática.
Bella y entusiasta de la música, Julia vive presionada por una deuda de deberá saldar. Su estadía en Buenos Aires, a donde llegó de su Misiones natal, se convertirá en un doble conflicto, ya que deberá retornar a su lugar de nacimiento para autorizar a su hija a mudarse junto a su padre, y decide entonces aprovechar el viaje para recuperar el dinero de una vieja estafa que podría solucionar sus problemas económicos. Hace años que Julia no tiene contacto con Clara, su hija adolescente, y no sabe qué podrá hallar en su tierra misionera. La muchacha, por su parte, no desea viajar a Paraguay con su padre, ya que prefiere quedarse en el barrio en el que ha nacido junto a una compañera con quien comparte el deseo de armar una banda de música. Sobre esta base de enredos y de traiciones la directora Mara Pescio logró un film cálido que cuenta la historia de un reencuentro que se da en el mismo momento en que dos personas dejan de verse. Miss Bolivia, la protagonista, aporta suficiente ternura a su papel de madre.
Desde siempre, el cuento Caperucita Roja entusiasmó a los niños que, como tradición oral, mostraba el choque entre el bien y el mal a través de una niña que es amenazada por un lobo convertido en su propia abuela para engañarla. Este film retoma esta anécdota, aunque sus personajes transitan por un camino que difiere de la trama original. Aquí hay una anciana costurera que, acompañada por dos jóvenes muchachas, llega a Buenos Aires desde su pueblo natal español en momentos en los que la guerra civil dejaba un tendal de muertos y heridos. Un día una de sus cuidadoras desea que la anciana le enseñe el oficio de coser y recortar modelos y así ella comienza a fabricar un abrigo rojo con capucha mientras que el terceto recuerda con emoción, entre las cuatro paredes de la casa, la necesidad de retrotraerse al pasado en el que cada una de ellas vivieron desengaños y felicidades. Con estos elementos surgidos del cuento infantil, la directora Tatiana Mazú González (El estado de las cosas, Río Turbio) elaboró una cálida trama de la que surge con emoción la necesidad de convertir un antiguo cuento en un relato entretenido y puramente femenino. Un elenco que logró la necesidad de aportar ternura, una impecable fotografía y una música de suaves tonos apoyan a esta Caperucita Roja que es rescatada con el necesario armazón del antiguo relato.
Ulises está cerca de cumplir cien años y vive con su esposa, casi tan mayor como él, en un departamento al que el tiempo tampoco le perdonó su raída estructura. Ambos mantienen breves diálogos y dejan pasar los días entre miradas turbias y permanentes recuerdos de su hijo, quien se alejó de ellos para tratar de hallar un camino que lo desvincule de sus cotidianos problemas. Una noche de furiosa tormenta Ulises experimentará un extraño episodio que lo obligará a replantear su pasado, su presente y su mirada acerca de la realidad que le toca vivir. En torno de estos recuerdos comenzará así a ser torturado por remordimientos y culpas y confundido por alucinaciones, por lo que deberá hacer un enorme esfuerzo para mantener su cordura en sus últimos días de vida o transformarse en un alma en pena en eterno retorno. Con estos elementos que siempre giran en torno a lo terrorífico el director Gonzalo Calzada (Luisa, La plegaria del vidente, Resurrección) elaboró un thriller pleno de suspenso y de emoción que indaga en la soledad y en las relaciones humanas a través de esa pareja que interpretan, con enorme solidez, Pepe Soriano y Marilú Marini apoyados por una excelente fotografía y por una inquietante música que crean el angustiante clima de esta historia plena de elementos que lanzan su mirada hacia lo desconocido.