Un artista que vive de sus recuerdos
El filme se centra en el pintor Nicolás Rubió.
En base a los recuerdos del pintor Nicolás Rubió, el cineasta Fernando Domínguez construyó una suerte de documental que se divide en dos partes muy claramente diferenciadas y no igualmente logradas.
Por un lado, y un poco a la manera de El sol del membrillo u otros filmes sobre artistas plásticos trabajando, Domínguez muestra a Rubió con sus telas y pinturas, encontrando formas y figuras. Luego sabremos que su obra trabaja incansable y obsesivamente sobre sus recuerdos en el pequeño pueblo de Vielles, en Auvergne, Francia, donde su familia se refugió durante la Guerra Civil española cuando Nicolás era pequeño.
Ese trabajo de traer a la luz el pasado, la obsesión por encontrar, retener y hasta averiguar detalles de aquel lugar (durante una buena parte del filme el hombre quiere recordar cuántas ventanas tenía la casa en la que vivía) conforma la mejor parte de la película.
El problema está en la otra mitad, en la que Nicolás, usando un tono de abuelito contando un cuento infantil (y con música en ese estilo) narra su historia en Vielles mientras se suceden las imágenes excesivamente figurativas de sus cuadros. Así, mientras la voz en off dice “llovía”, la cámara muestra gotas de lluvia en los cuadros, y mantiene ese grado de referencialidad y subrayado a lo largo de toda esa parte del relato.
Por suerte, los momentos en los que 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas abandona el cuentito de cuna, el interés renace. No alcanza, claro, para convertirla en la muy buena película que podía haber sido. La convierte, en realidad, en una narración algo esquizofrénica entre un documental de arte y ensayo, y un cuento “animado” para llevar a la cama a los niños.