Emociona documental de singular belleza
Este emotivo relato de singular belleza, que hizo Fernando Domínguez con mucho riesgo y buena mano, merece ir al Malba, porque es una obra casi diríamos exquisita, sobre la vida y el quehacer de un octogenario artista plástico que vive acá desde 1948. Por ahora, se estrena en un sótano elegante de Barrio Norte, un sótano menos elegante de Constitución, y la sala menor del complejo de Congreso. Pero esto tiene su coherencia. El artista en cuestión es Nicolás Rubió, impulsor de las artes y saberes de la gente común, de pueblo. que alentó al conocimiento y prestigio de los fileteros porteños y los «primitivos» latinoamericanos.
Con ellos transitó hermosas jornadas en rincones perdidos, viajando sin apuro desde el Beagle hasta el norte de México, con escala en Barracas y otros barrios queridos. Pero antes, mucho antes, se enamoró también para siempre de otro pueblo, y otras gentes. De eso trata esta película. «La Guerra Civil Española había llegado a su etapa final», cuenta, desde su tranquilo atelier en San Isidro. «Los mayores decidieron que los niños no podíamos llevarnos nada (...). Al día siguiente pasamos la frontera». Así llegaron al caserío de Vielles, en Auvergne. Y se nota que ahí recibió todo, es decir, la amistad de otros niños, la generosa aceptación de los campesinos, brindada como algo natural, sin ostentación, la sabiduría de un abuelo que le dio su confianza y con su solo ejemplo le enseñó a transmitir confianza, la posibilidad de entender cómo son de veras las cosas en materia de bueyes, estaciones, cosechas, y personas.
Rubió ha pintado cerca de 600 cuadros con sus recuerdos de aquel pueblito. Recuerdos de mirada infantil, teñidos de afecto, de agradecimiento, de placer. Con voz segura y cálida, va desgranando aquí algunas anécdotas a través de sus cuadros, y nos sumerge placenteramente en ese tiempo suyo. La fotografía de pura luz natural de Natalia de la Vega, las «intervenciones» de Javier Di Benedictis sobre su obra, la música íntima y extraña de Pablo Grinjot, contribuyen al encanto. Surge un conflicto, que pudiera parecer pequeño: el pintor ha olvidado cuántas ventanas tenía la casona que habitaba. Lo vemos llamando a los amigos de entonces, tendiendo hilos, envolviendo un nuevo cuadro. De pronto algo lo sorprende y nos sorprende. No diremos más, salvo un detalle necesario: solo él aparece en pantalla, con sus recuerdos, sus labores y pinturas. Parece increíble, suena arriesgado, pero así es la pelicula. Y así, con eso solo, emociona hasta el alma. Una verdadera joyita.