Texto publicado en edición impresa.
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Daniel Di Cocco, hombre de teatro iniciado en La Plata, autor de “Homenaje falso” y otras piezas de mérito, protagoniza esta película de su hijo Nicolás, hombre de la televisión (“Guapas”, “Once”, “El puntero”, etc.) que aquí hace su primera película. La hace con buenos artistas que saben lucirse, aunque por lo general el público no sabe sus nombres: el mismo Daniel Di Cocco, Adriana Ferrer, Verónica Palaccini, Marcelo Feo y varios otros que conviene tener en cuenta. La hace también con la amistosa participación de Germán de Silva, Rafael Ferro y Cristina Banegas, cuyos nombres, bien conocidos, ayudan a reforzar el cartel. Y, sobre todo, padre e hijo la hacen con verdad y amor al teatro, lo que no quiere decir que esto sea teatro filmado. El director, su mano derecha Sebastián Rotstein, el montajista Alejandro Parisow y Sol Lopatin, directora de fotografía, le dieron entidad de cine. Pero la historia se prestaba. Un autor al que se le pasó hace rato el cuarto de hora vuelve a la ciudad chica donde empezó y tuvo éxito. Su intención es recomponer el elenco municipal y reponer su obra más mentada, aquella que lo lanzó lleno de ilusiones a la ciudad grande. Pero han pasado treinta años, el tiempo ha pasado para los miembros de aquel elenco, y para la misma obra. Además, el público ya es otro. Quien sigue siendo el mismo es el intendente, que tiene la buena intención de reabrir la sala local y reverdecer laureles, pero también tiene las malas mañas de ciertos políticos. Digamos que no toda la gente lo quiere. ¿Y qué se espera del teatro en esas circunstancias? Con ese planteo se desarrolla la historia. No tiene un desarrollo parejo, hay algunos sobrantes y un final apresurado, pero en los diálogos y las situaciones hay un fondo de verdad reconocible, no solo para la gente del interior, o del teatro. Significativo, el título de la canción que se escucha en los créditos finales: “Volver a no volver”. Rodaje en Salto, provincia de Buenos Aires, 2019.
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El título original de “El territorio del amor” es menos atractivo, aunque quizá más significativo: “L’autre continent”, el otro continente, pero no porque buena parte de la historia transcurra en Taiwán, con el romance de una parejita de guías turísticos franceses que allí se conocen. Ella sabe holandés y algo de mandarín. Él es políglota, un auténtico nerd concentrado en el estudio. Por más linda, franca y predispuesta que ella sea, le costará llevarlo a la cama. Pero lo llevará. Serán felices, al menos en el primer tercio de la película. Dos traumas afectan la relación: un aborto acordado para seguir trabajando, y la casi inmediata leucemia grave y acelerada que afecta a uno de los miembros de la pareja. El tratamiento será en Estrasburgo, con pronóstico harto reservado. “La medicina que mejor le hace es el amor que usted pone”, dice un médico. “Déjese de basura católica”, responde la otra parte. Pero después vemos que va a rezar a la iglesia. ¿Sucederá un milagro? Esta no es una película religiosa. Tampoco es un melodrama tipo “Love Story”. Porque hay un temor casi tan grave como la muerte, y es la recuperación con secuelas. Ahí calza justo el título original. ¿Hasta dónde llega la capacidad de contener a la otra parte? ¿Y hasta dónde podrá llegar la recuperación? Película pequeña, bien cuidada, que de un modo suave plantea cuestiones graves, “El territorio del amor” nos reencuentra con Déborah François, la delicada actriz belga descubierta cuando adolescente por los Dardenne para “El niño”, y nos permite conocer a Romain Cogitore, un autor poco difundido, que se toma sus tiempos para preparar bien las cosas. Su anterior largometraje data de 2011, “Nos résistances”, nuestras resistencias, centrada en 1944, el último año de la Resistencia, y sería interesante conocerla.
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