España sin fundamentos…
Uno como espectador hasta hace un esfuerzo para encontrarle el costado exótico -y por ende, positivo- al hecho de que llegue a la cartelera argentina un representante del cine costumbrista/ popular ibérico, pero resulta innegable que 8 Apellidos Catalanes (2015), la secuela de la película española más taquillera de su país, en comparación transforma a la original en un producto ameno y un poco mejor de lo que realmente fue. Ahora bien, si nos sinceramos y llamamos a las cosas por su nombre, 8 Apellidos Vascos (2014) no pasaba de ser una comedia mediocre aunque relativamente simpática que se mofaba de muchos de los estereotipos en torno a la idiosincrasia de los andaluces y los vascos, todo a través de un engranaje de base romántica y sketchs símil propuesta de enredos. Su continuación no sólo dilapida el encanto de la por hoy saga sino que además no consigue abrir nuevos territorios.
Los problemas principales del film los hallamos a nivel de sus responsables máximos, para colmo los mismos del opus del 2014: hablamos del realizador Emilio Martínez Lázaro y los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José. Mientras que el director impone un ritmo de sonámbulo a la narración, como si los personajes fueran apenas marionetas automatizadas o hubiesen olvidado el vigor de antaño, el guión por su parte abusa de dos de los recursos típicos de los corolarios cinematográficos, léase el reflotar los chistes de la primera e introducir una nueva camada de secundarios. Para ponerlo en otras palabras, la propuesta es increíblemente lenta, está sobrecargada de momentos incómodos -por lo fallido de la intencionalidad cómica- y encima deambula perdida en una mixtura que nunca termina de convencer, combinando el éxtasis del corazón con un planteo a la Good Bye Lenin! (2003).
Como no podía ser de otra manera, la historia retoma los acontecimientos y antihéroes de 8 Apellidos Vascos pero tratando de “sorprender”: ahora descubrimos que Rafa (Dani Rovira) se separó de Amaia (Clara Lago) por miedo al compromiso y volvió a Sevilla, lo que no impide que Koldo (Karra Elejalde), el padre de ella y alma de la obra original, se presente en tierra andaluza para comunicarle que Amaia está a punto de casarse con Pau (Berto Romero), una suerte de hipster catalán que a su vez está obsesionado con satisfacer los deseos de su abuela Roser (Rosa María Sardá), a quien le ha hecho creer que Cataluña se ha independizado de España. Adoptando como latiguillos los intentos de Rafa por recuperar a Amaia, y los de Koldo por reconquistar a su amor Merche (Carmen Machi), otro personaje refritado/ desperdiciado de la primera parte, la trama ofrece una secuencia anodina tras otra.
El humor y la coherencia son los grandes ausentes de 8 Apellidos Catalanes, un producto que no se decide entre el absurdo, la ironía cultural, el esquema romántico, la autoparodia o los vaivenes familiares, fallando miserablemente en cada uno de estos apartados a fuerza de convertir a los personajes en piezas de una monotonía generalizada, en la cual los protagonistas más que aportar al influjo cómico de fondo lo único que hacen es repetir una frasecita asignada de manera arbitraria por el guión. No obstante la labor del elenco es en verdad muy buena y pone en perspectiva la amplitud del oficio actoral, incluso cuando el material de base es tan pobre como el presente. Resulta paradójico que aquí Martínez Lázaro haya conseguido pulir su performance visual a costa de sacrificar la frescura y el pulso de 8 Apellidos Vascos, hoy casi un espectro que vemos moverse a la distancia…