El amor y las identidades culturales
La película dirigida por Emilio Martínez Lázero alcanzó tal éxito en su país que se anuncia una segunda parte. Un hombre se enamora de una chica que pertenece a otra región de España, y deberá pasar ciertas pruebas para ser aceptado.
Tal ha sido el éxito, la respuesta del público, respecto de Ocho apellidos vascos, que para noviembre de este año ya se anuncia lo que podría ser una segunda parte, con la presencia del mismo equipo y bajo la dirección de su consagrado director, Emilio Martínez Lázaro; de quien hemos podido ver, en el canal Europa?Europa, algunos de sus films más destacados, tales como Las trece rosas y Carreteras secundarias.
Y esta segunda parte, que se anuncia como la continuación de una saga que tiene como tema central el de revisar ciertas conductas tradicionales de diferentes regiones de España, que se mueven en el pendular de seguir perteneciendo o reclamar por sus autonomías, se dará a conocer con el nombre de Ocho apellidos catalanes, lo que ya viene despertando grandes expectativas; ya que ha dado lugar, desde hace algunas semanas, a programadas conferencias de prensa.
En nuestro país, el film se presentó en el Festival de Pinamar de este año; en ese momento los aplausos se hicieron escuchar con algarabía. Y es que el film, que transita por la comedia de caracteres, que se mueve entre ciudades de Andalucía, Navarra y el País Vasco, invita a revisar los lugares comunes, los estereotipos, desde una mirada que confronta dos identidades culturales en el forcejeo de una historia de amor.
En declaraciones a la prensa, su director, en fecha previa al estreno, comentaba que, desde la perspectiva de sus guionistas, ambos de origen vasco, "el film apunta a satirizar los provincianismos y nacionalismos estrechos". De cualquier manera, lejos de una actitud que pueda herir, el film que hoy finalmente se ha estrenado marca un punto de inflexión en la manera en que podemos abordar, de manera sensible, los clisés de una cultura. Algo que experimenta de manera particular su protagonista principal, Rafa, rol que asume Dany Rovira, al enamorarse de Amaia, interpretada por Clara Lago, quien en ese intento de continuar un vínculo deberá pasar una serie de pruebas esgrimidas por el padre de ella; un riguroso y atento hombre que se sostiene en los principios ortodoxos de su propia comunidad, personaje que compone el notable actor Karra Elejalde.
Lo que sigue es una sucesión de situaciones marcadas por el equívoco, el despiste, el cambio de identidades, tal como lo lograban en aquellos años cuarenta los festivos realizadores Howard Hawks, Ernst Lubitsch, George Cukor, poniendo en escena el famoso tema de "la batalla de los sexos". Y en este periplo que recorren sus personajes, a través de un contagiante ritmo, encontramos ciertas notas de melancolía, que se enmarcan, por momentos, en los años felices del género; que nos llevan a evocar a actores de la talla de Cary Grant, Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Stewart, Carole Lombard, Don Ameche, Rosalind Russell, entre otros.
Recupero para este film el epíteto de "chispeante", en función de la manera en que se manifiestan tantos los gags visuales como, particularmente, los verbales. De composición y factura cercana al naturalismo, pero igualmente tocadas por la pluma de lo inverosímil en algunos de sus pasajes, Ocho apellidos vascos permite entrever no ya las afiladas e irónicas comedias de Luis García Berlanga, sino aquellas otras en las que a través de un leve toque de humor ocurrente, en el campo de un cine costumbrista, numerosos realizadores españoles pudieron burlar a la censura en los nefastos años del franquismo.
Poder verse en el espejo de la propia cultura, aprender a aceptar la actitud crítica con notas de humor, reconocerse en la repetición de los estereotipos, son algunos de las posibilidades que nos ofrece la obra de arte. Y considero que el cine europeo en principio, el español y el italiano, como asimismo el llamado "humor negro" inglés o bien el mexicano y brasileño han logrado pasar por encima de toda retórica, en la captación de las conductas cotidianas. Al decir esto, podemos pensar que en nuestro cine y tevé, Niní Marshall, Los Cinco Grandes, programas como "La Tuerca" o "Telecataplum", algunas actuaciones de Olmedo en solitario, Juan Verdaguer y no muchos más, permitieron sin caer en la ofensiva grosería, subrayar nuestros propios prejuicios y vernos en movimiento a través de una amplificada lente satírica.
Si Ocho apellidos vascos fue la comedia más taquillera del 2014, en el año anterior ese lugar lo ocupó el film de Daniel Sanchez Arévalo, La gran familia española, un film que aún mirando a la taquilla no se olvida de destilar una querible cinefilia. Y es que la historia de esta familia, que funciona de manera coral, se asienta en la matriz del felicísimo musical de la Metro, de Stanley Donen, de mediados de los años cincuenta, Siete novias para siete hermanos, cuyo guión es una recreación de la legendaria historia de El rapto de las Sabinas, ahora ambientada en el Lejano Oeste. Comedia con toques y ocurrentes saltos, La gran familia española va dibujado lentamente, a través de los variados y particulares comportamientos de un padre con cinco hijos, el camino que lleva a una boda que se celebra el mismo día en que tuvo lugar el Mundial de Fútbol del 2010, cuando España debió enfrentarse a Holanda.