El parecido juego de las diferencias
Los números de la taquilla española de 2014 hicieron sonreír a varios. Al fin y al cabo, el que pasó fue uno de los mejores años del cine local en su historia, con 123 millones de euros recaudados y una cuota de mercado del 25,5 por ciento. El gran motor del éxito fue la comedia Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro, con 56 millones de euros de recaudación (45,5% del total) y más de diez millones de espectadores. Vale preguntarse, entonces, qué tuvo esta comedia romántica para convertirse en un mega éxito sin precedentes.
El asunto comienza con uno de esas situaciones sólo posibles en un guión. Rafa (Dani Rovira, ganador del Goya a Mejor Actor de Reparto) es un joven monologuista muy orgulloso de su origen andaluz que se cruza con Amaia (Clara Lago), una chica vasca que olvida su cartera después de tener sexo casual con él. Rafa, flechado por el amor, parte rumbo al País Vasco a buscarla, desatando así una serie de enredos (por allí andará el padre de ella y una ocasional compañera de viaje devenida en “madre” de él) asentados en las diferencias culturales entre ambos –su localismo es una de las posibles razones del éxito– y cuyo desenlace será el mismo que diez de cada diez lectores supondrá.
Costumbrista hasta lo grotesco, gritona, trillada, simplona y amena, Ocho apellidos vascos es un palo y a la bolsa industrial, un ejercicio de género predecible pero amable construido sobre coordenadas precisas y fácilmente empáticas para aquellos adentrados en la cultura ibérica y cuyos resultados artísticos apenas rayan lo discreto. La taquilla, entonces, es otra historia. Y la secuela, claro, ya está en marcha.