Qué gran pecado cometiste si alguna vez trataste de español a un vasco. De hecho, lo debes haber pasado tan bien como el Vasco Arruabarrena en el último superclásico.
La historia es muy larga; desde siempre que el País Vasco se quiere independizar de su madre flamenca. Y es que ellos tienen su propio idioma (Euskera), su propia bandera y conservan un estilo totalmente opuesto al resto de sus “hermanos” de patria. Lo bueno es que siempre existe la manera de mofarse de todo tipo de rivalidad instalada en este universo, y no hay chance de que el cine no diga presente al menos una vez en ese tironeo.
Bajo esa premisa, llega Ocho apellidos vascos, un film dirigido por Emilio Martínez Lázaro (quien en estos momentos está también tras las cámaras de Nueve apellidos vascos, secuela de la película en cuestión) y escrito por Borja Cobeaga y Diego San José.
En una inusual noche bien andaluza, o más bien sevillana, un simpático español y una vasca bastante revirada entrelazan sus vidas sin querer queriendo. Al día siguiente, ella regresa pa’ las vascongadas, pero Rafa quiere terminar lo que empezaron y va en busca de Amaia, sin importarle los que sus dos curritos mejores amigos piensen de él. Digamos que el reencuentro es un poco más accidentado de lo esperado y, para fortuna de ambos, la cosa se convierte en una loca loca sucesión de tres días sin desperdicio.
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Es que pretender que un español de pura cepa encaje entre los de gorra vasca sin crear conflicto es mucho pedir. Claro está que el guión exagera con humor nada más que un par de cuestiones básicas que hacen a la rivalidad entre estos dos territorios. Qué más da, lo divertido es ver cómo Rafa (Dani Rovira) trata ilusamente de convencer al Aita de Amaia (Clara Lago) de que es un vasco hasta la médula. Y no crean que alcanza con tirar un par de frases en euskera y pegarla, o de comerse cinco platos seguidos en una sola cena, o de gritar “¡Hostias, que queremos la Independencia!” a cada rato…
Pero estamos hablando de cine y en el cine todo es posible, aunque entendamos la mitad de lo que dicen los personajes en sus respectivos dialectos. Criatura, que si tus ocho abuelos no son vascos, pues olvídate de merecer el respeto debido, joder. El film divierte bastante, pese a que uno pueda anticipar absolutamente todo lo que va a pasar. El mayor encanto yace en la relación del protagonista masculino con Koldo (Karra Elejalde), su suegro por accidente, y de las ocurrencias de un tipo que haría cualquier cosa por una mujer de la que se enamoró.
Ocho apellidos vascos es la comedia más vista en la historia de España (más de 10 millones de espectadores) y se alzó con tres premios Goya. Vaya, no es para tanto, si se trata de una simple comedia romántica. El truco es reírse de las cosas que en realidad son un tema serio, una técnica que funciona desde antaño. Un poco de maquillaje y nos podemos “burlar” sin culpa de las cuestiones que más preocupan a las sociedades. Ojo, no me tomen a mal, pero es que así se sobrevive (no me hagan tirar ejemplos, por favor).
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No importa si sos un Errázuriz? Zañartu Erkoreka Aranguren o un García López Torres Alonso… ¡Lo que vale es tomarse esta entretenida película con un buen vino y a tomar por &%$#!
Perdón, es que con tanta mezcla de tradiciones y comidas se me subió el entusiasmo a la cabeza y me he quedado majareta.