De un muy popular personaje nacido en un cortometraje made in Disney hace ya 80 años, los estudios Blue Sky regresan a las adaptaciones con Ferdinand, la historia del toro que no quería ser bravo. Irónicamente, la voz de este personaje en su idioma original la hace John Cena, reconocido en el mundo del espectáculo por su rol de wrestler. En las afueras de Sevilla, existe un criadero donde preparan a los mejores exponentes bovinos dotados de cornamenta que algún día enfrentarán al famoso Matador en la plaza española, un destino duro y muchas veces mortífero del que los animales no son justamente conscientes y lo confunden con el honor. Sin embargo, Ferdinand nace con una sensibilidad diferente, que se potencia cuando ve la violencia que rodea a su padre en los corrales. Decidido a no acabar del mismo modo, Ferdinand huye, dando nacimiento a una aventura que lo convertirá en el toro más fuerte, aunque no exactamente por sus dotes para el choque, sino gracias a su corazón. Este nuevo largometraje animado no tiene grandes fortalezas más allá del mensaje que transmite, que va desde lo que verdaderamente se necesita para ser el héroe más grande y admirado por todos, hasta una protesta en contra de esa práctica española tan idolatrada en su tradición pero muy criticada en los tiempos que vivimos. De hecho, algunas escenas del film son un poco fuertes; si bien responden a la realidad, quizás perturben a algún que otro niño. Como siempre, hay personajes secundarios que tienen mejores momentos que los protagonistas, y en este caso algunos de los más divertidos los tienen tres pequeños puerco espines. Olé, el viaje de Ferdinand, como la titularon por nuestras Pampas, es una peli animada más que no tiene nada que hacer contra otras exponentes del género; mejora por lejos la performance de las aburridas “Vacas Vaqueras”, pero tratándose del mismo director que nos trajo Río en otra historia que nos aleja de lo típico norteamericano con un despliegue musical impresionante, entonces Ferdinand carece de pasión, aunque sin soltarle la mano al desborde de ternura y a un aspecto visual sin fallas al que ya nos “malacostumbramos” con tantos buenos productos en el mercado.
Para ser su debut en la silla de director, Michael Gracey ha construido un musical con todas las letras. Ya lo dijo el propio Hugh Jackman –ahora protagonista en The Greatest Showman– cuando fue host de los Premios de la Academia hace apenas algunos años atrás: “The musical is back, ladys and gentlemans”. Y no fue coincidencia ni premonición, porque este es un proyecto que el multifacético actor viene preparando desde 2009, con roles tan populares como el de Wolverine en la saga X-Men de Marvel Cómics, pasando por grandes romances como el de Australia junto a Nicole Kidman, y hasta llegar a una ambiciosa adaptación como la de Los Miserables . La nueva película de los mismos escritores de letras musicales que La La Land (tal y como se regodea su poster) es un biopic con elementos de fantasía que hacen a la esencia del relato, ya que se nos está contando la historia del primer hombre considerado productor del showbiz en Estados Unidos, P.T. Barnum; mientras para muchos era un farsante (y algo de razón tenían), para otros era la persona más innovadora, creativa e imaginativa de New York, y luego del mundo entero. El Gran Showman nos enseña muchos aspectos de este negocio, así como también grandes valores que nos hacen seres humanos. Mitos como el de la mujer barbuda o el hombre más pequeño jamás visto (y también el más alto), nacieron gracias a este señor, que acuñó el término circo que hoy día utilizamos no sólo para referirnos a lo que pasa dentro de esa tienda itinerante que solía montarse en pueblos y ciudades. Justamente, fue en mayo de este 2017 que tuvieron lugar los últimos shows de Ringling Brothers y Barnum & Bailey Circus, debido a la escasez de público y a las constantes protestas en defensa de los animales, un tema que está presente en el film y que fue resuelto utilizando puro CGI. En el aspecto musical, como les anticipaba, nunca se pierde el centro de atención, ni de la historia, ni del combo canto+baile. Quien no disfrute de esto, pues entonces que no se someta al sufrimiento, ya que al igual que Moulin Rouge, The Greatest Showman es un espectáculo hecho y derecho. Ya sucedió con La La Land, que fue duramente criticada porque hacía agua en cuestiones argumentales; aquí no pasa, pero no deja de ser una ficción al servicio de los sentidos, específicamente en lo visual y auditivo. Zendaya es una de las sorpresas, con números en trapecio para los que no utilizó doble y que son muy atractivos. Zac Efron eligió una gran oportunidad para su regreso, ya que desde High School Musical que no demostraba su talento para esto; de todos modos tampoco es que hace un trabajo excepcional, y para lo joven que es está muy por debajo de la destreza que despliega Hugh Jackman. Michelle Williams brilla con su belleza y su sensibilidad para los dramas donde el amor nos toca lo más profundo del corazón. Ya con tres nominaciones a los Globos de Oro y probablemente algún Oscar en camino para la temporada de premios que se viene, la película es una muy bonita forma de despedir el año y darle la bienvenida a un 2018 que ya planea traernos la secuela de Mamma Mía, entre algún otro musical que de seguro nos sorprenda pronto, sin mencionar a una de las grandes contendientes que quién sabe si no nominarán como Mejor Película: COCO.
El nacimiento de Jesús es una de esas historias que todo el mundo conoce en detalle, pues no se trata de un cuento de hadas sino de un relato bíblico que para los creyentes está dentro de los acontecimientos más importantes. La llegada del Mesías tiene cientos de adaptaciones e interpretaciones, pero hay algunos detalles que se conservan sin importar el paso del tiempo, las culturas o demás factores que influencian sobre la vigencia de un relato, hasta convertirlo en un auténtico “teléfono descompuesto”. Hoy día, todo tiene una versión para niños; de este modo, nos encontramos con La estrella de Belén (The Star, 2017). Justo a tiempo para Navidad, nos llega este film de Sony Animation que recrea los días en que María se enteró de que daría a luz a un niño que vendría a derramar sangre por nuestros pecados. Elocuentemente (guiño, guiño), eligieron para esa interpretación la voz de la actriz Gina Rodriguez, conocida por ser la protagonista de Jane the Virgin, una chica que un buen día se entera de que está embarazada. Más allá de este curioso detalle, la película es contada desde el punto de vista de los animales, principalmente el simpático burro Bo (Steven Yeun), quien sueña con convertirse en un corcel de la realeza. Justo cuando está cerca de encontrar el camino hacia ese destino, su vida da un vuelco al conocer a María y José, quienes abandonan su hogar y… el resto es historia conocida. Camellos, aves, ovejas y hasta perros son los encargados de darle nuevo color a este viejo testamento, obteniendo como resultado un film simpático que, respetando las raíces religiosas (en especial si tenemos en cuenta que a la película la distribuye Affirm Films, una división de Sony que toma en su mayoría contenidos cristianos conservadores), se anima a bromear con algunas cuestiones sin perder la ternura que caracteriza a la llegada de Cristo a nuestra tierra, con los Reyes Magos de por medio, entre otras traviesas representaciones de célebres personajes históricos, más escenas de “acción” que le dan un tinte diferente. Lo mejor es que si quieren, los estudios Walden Media pueden continuar con esta tendencia por mucho tiempo más, pues hay mucha tela de donde cortar. La estrella de Belén es lo que es, sin vueltas y sin ahogarse en complicaciones. Amén.
Como cada año, el cine aprovecha la excusa de la llegada de Halloween para estrenar películas relacionadas al género del terror, la fantasía y la ciencia ficción. Por supuesto que los niños no quedan exentos de esto y para ellos también hay. Una pena que pudiendo sacar partido del contenido tan rico que ofrecen los sustos, con la libertad creativa que otorga el miedo, un film animado sea tan aburrido. Pese a que el título original de La Familia Monster es Happy Family, el producto final está lejísimos de darnos felicidad; mucho menos a los cuatro protagonistas. Resulta que Emma es una madre absolutamente frustrada y enojada con su vida, que tiene la bendita idea de asistir a una fiesta de disfraces en familia y reflotar el mal momento existencial que están pasando. Por mágicas razones, el Conde Drácula se enamora de ella y la quiere convertir en su vampiresa, por lo que envía a una bruja a que la transforme. Por error, los cuatro integrantes acaban convirtiéndose en criaturas horrorosas y la única manera que tendrán de revertir el hechizo es colaborando juntos (cliché). Relatado así hasta parece una idea simpática, incluso el hecho de que no se aplique la famosa mordida en el cuello lo hace más atractivo. Bueno, lamento decirles que para que todo esto ocurra se dan interminables minutos de diálogos increíblemente lentos, bromas muy aburridas y escenas de sobra por doquier que hasta los niños más pequeños de la casa notarían; ni hablar de las escenas inconexas. Personajes clásicos de la Universal como Frankenstein, La Momia y el Hombre Lobo son tan interesantes que los hemos visto en otras excelentes producciones infantiles, como es el caso de Hotel Transilvania, pero esta coproducción entre Reino Unido y Alemania que dirigió Holger Tappe está muy alejada de la calidad que tienen las grandes compañías, y no me refiero a lo visual, sino a la capacidad de entretener y a la falta de originalidad en la mayoría de los aspectos. Con un anticipadísimo desenlace, La Familia Monster es una de las propuestas animadas más sosas que vi en mucho tiempo, y eso que les habla la misma redactora que se encargó de reseñar Mi Pequeño Pony. Háganme caso (y háganse un favor) y no se dejen engañar por la simpatía del poster de la película.
Al igual que la mayoría de las franquicias, la de los Ponys de colores ganadores de todos los premios a la Mejor Labor en Optimismo se fueron reinventando a la par del paso del tiempo, con el fin de adaptarse a las “exigencias” del momento. Estamos transitando una era en la que básicamente TODO vuelve, así que al igual que los Trolls y los Pitufos, otras de las criaturas míticas y coloridas que pertenecieron a otra época están disfrutando de su oportunidad de gustarle a las nuevas generaciones. My Little Pony llega a los cines con una propuesta muy colorida a nivel visual, pero con pocas novedades que ofrecer, además de algunos agujeros en los diálogos que realmente se sienten horribles; como era de esperarse, es una de esas películas animadas que se spoilea desde el primer minuto. No va más allá de lo que puede verse en televisión, a excepción de un excepcional casting de voces: Uzo Aduba, Emily Blunt, Kristin Chenoweth, Taye Diggs, Michael Peña, Zoe Saldana, Liev Schreiber, la cantante SIA (que básicamente hace de ella misma sólo que convertida en equino) y Tara Strong, entre otros. El conflicto de esta versión de Mi Pequeño Pony para la gran pantalla es que los personajes están organizando una fiesta para todo el pueblo ecuestre (o Ponyville) hasta que una fuerza maligna en forma de villana llega para aguarles a todos el plan, por lo que la protagonista y sus secuaces tendrán que embarcarse en una aventura para salvar a todos los ponys cuya amistad y magia está en peligro. Si me lo permiten, no sólo me quedo POR LEJOS con las versiones originales de cualquier personaje al que rehacen, salvando las distancias y entendiendo esa necesidad de encantar a los niños/millennials de hoy, sino que además prefiero a nuestro pony local por supremacía por encima de estos caballitos; estoy hablando, claro, de Ico el caballito valiente, la cual estrenó en 1983, algunos años antes incluso que la primera película que hubo de My Little Pony (1986). Todo muy retro y muy perteneciente a una generación que definitivamente no es la actual. Mucho arco iris, mucho brillo, mucha alegría y positivismo, seguramente más inclusión y diversidad pero a nadie se le cae una idea.
El nuevo film de la directora Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Aire libre) es un retrato directo y sin filtros de cómo una mujer entrega su cuerpo para salir adelante. En la piel de la joven que da título a la película, Sofía Gala se expone al 100% para contar una historia que no dista de la dura realidad, al punto de parecer no tener un conflicto, porque lo es en sí; es algo que vemos y oímos a diario, aunque lo ignoremos. Alanis (¿será o no será por Morrisette?) vive en un departamento con una compañera mucho más veterana y el pequeño Dante, que no es otro que el propio hijo de Sofía, hasta que unos inspectores irrumpen en el edificio y las desalojan. Mientras Gisela (Dana Basso en una muy interesante performance) es detenida, Alanis busca asilo en lo de una tía que tiene un negocio de ropa en Once. A partir de allí es donde comienza a verse reflejada la miseria de este tipo de vida; trabajar como puta no es exactamente la mejor forma de encontrar la dignidad que todos merecemos, pero uno empatiza con ella en esa búsqueda, especialmente gracias a su costado maternal que choca bastante con el contexto que plantea la película, el cual es durísimo. Imaginen esa contraposición entre el sexo desinteresado y forzado versus una mamá con cara de nena amamantando en primer plano de pantalla gigante… Son dos cosas de la naturaleza humana que hasta han ingresado en el plano del tabú (sí, lamentablemente todavía hay gente que mira con asco a una madre que da la teta a su bebé en un lugar público). Sofía Gala no es quizás la persona más suelta del mundo para actuar y la verdad es que en un rol tan comprometido tanto a nivel físico como psicológico hubiese sido lindo ver a una actriz un poco más desenvuelta, sin faltarle el respeto a quien asumió semejante responsabilidad, claro. Sea como sea, Alanis es un film pequeño en su ejecución, pero con un mensaje muy pesado que es un frentazo contra una pared de concreto que se ve horrible y que es nuestra pura realidad cotidiana. Una muy correcta fotografía y una trama que abre y cierra sin dar lugar a dudas acerca de lo que la directora quería contarnos, pero sí planteando cuestiones que merecen ser reflexionadas por todos nosotros.
La idea que nació como un cortometraje en 2005 hoy ya tiene dos películas hechas en co-producción entre Canadá, Corea del Sur y Estados Unidos. Como una fórmula que casi nunca falla, esta secuela es de menor calidad creativa que su antecesora de 2014; Locos por las nueces 2 (The Nut Job 2: Nutty by Nature, 2017) cuenta con las voces de artistas como Will Arnett, Katherine Heigl, Maya Rudolph, Bobby Cannavale y Jackie Chan, pero no tiene mucho más para destacar. Si bien el nivel de animación está correcto, le falta elaboración en muchos aspectos, por sobre todas las cosas a los personajes, algo central en los coloridos estándares que suelen manejar estos films para toda la familia. Mientras la película original tenía lugar en una tienda de nueces y sus derivados, esta vez nos trasladamos por completo hacia exteriores, tras una explosión que deja a todos los animalejos “en la calle”. Para mal de males, el alcalde de la ciudad planea destruir el único espacio verde que estas criaturas tienen para sobrevivir y convertirlo en un mega parque de diversiones, financiado con fondos de dudosa procedencia. Así se desatará la aventura en la que Surly y compañía intentarán detener esos planes malvados cueste lo que cueste, desplegando todo tipo de artimañas. Les voy a ser sincera, esta secuela de The Nut Job es bastante aburrida y no se salva a sí misma ni siquiera con el humor básico para niños, como lo escatológico o la torpeza. A las ardillas las hemos visto como protagonistas de un sinfín de proyectos, de todos los tamaños y colores, parlanchinas, cantantes, prehistóricas… En verdad ya son un recurso tan agotado como los niños malditos en las de terror y las borracheras grupales en las comedias. Si estuviésemos en los gloriosos años ’90, Locos por las nueces 2 se va directo al videoclub amigo, sin pena ni gloria, hasta que alguien descubra que existe.
Con un poco de road movie, otro poco de drama familiar, algo de camaradería entre hombres, humor sutil apto para casi todo público y un homenaje musical a Sandro, el director Pablo Stigliani construye una película local que fue rodada en locaciones de nuestra costanera y que visual y estéticamente no defrauda, aunque no puedo decir lo mismo del resto de los aspectos. Mario (Mike Amigorena) es un padre soltero con una carrera frustrada (en todo sentido) que decide relanzarse como solista intentando grabar un disco. Para ello, su mejor amigo –interpretado por Lair Said– lo está ayudando con cuestiones técnicas y logísticas, lo que significa acompañarlo a cada presentación nocturna y vender su material para juntar el dinero necesario. En ese contexto, el único hijo del protagonista pasa un fin de semana con ellos, el cual acaba siendo un viaje de redescubrimiento para los tres en el que el más pequeño del grupo vivirá sus primeras experiencias adultas fuera de casa, mal que le pese a su madre que lo espera ansiosa en la ciudad. La premisa del film está interesante, pero al ser llevada a la práctica, la falta de encanto de los actores hace que pierda un poco esa magia que debería tener. No es que esté mal, pero por momentos se siente bastante acartonada, en especial en las escenas de humor. Es verdad que tiene ese no sé qué de humildad, de pueblo, de sencillez… que le da mayor encanto a la historia, sin embargo, no saca provecho al 100% de tener a tres intérpretes masculinos de variadas edades solos en la ruta. No es que pretenda desviar este Tour hacia un camino poco sano, porque sé que no era la idea, pero el potencial estaba y nunca terminó de despegar, haciéndose notable sobre todo en algunos personajes de relleno que no aportan nada. Mario on Tour es una película chica y aceptable, pero no tiene mucho para destacarse en la cartelera de la semana.
Para semejante despliegue de producción y con Darín a la cabeza, la verdad es que me esperaba mucho más de la nueva película de Santiago Mitre (La Patota). Aspectos como su fotografía, y por supuesto el factor actoral, están prácticamente impecables, pero la historia deja mucho que desear. En una cumbre internacional llevada a cabo en Chile, los presidentes de los países latinoamericanos se reúnen para llegar a cierto acuerdo de trabajar en conjunto; como es de esperarse, no faltarán los aspectos de corrupción típicos de la política… Sin embargo, lo curioso es que en el medio nos encontramos con la historia de la hija del Primer Mandatario de todos los argentinos –Hernán Blanco (Ricardo Darín)- quien cruza la cordillera para arreglar algunos asuntos que mezclan a la familia con toda esta vorágine protocolar. Lo que al principio se perfila como una historia interesante fundada en un trastorno psicológico que afecta a Marina Blanco (Dolores Fonzi), nunca descarrila, ni se desarrolla, ni concluye, dejando al espectador en medio de un sinfín de teorías que se suman al resto de los puntos flojos que a mi gusto tiene el guión de La Cordillera. De nada sirve tanto misterio e intriga si al final no tendremos al menos una resolución; sus momentos de suspense hitchcockianos no alcanzan y el film califica como aburrido. Del cast destaca sobre todo la actuación de Érica Rivas, e interesantes participaciones como la de Christian Slater (Mr. Robot) y Elena Anaya (La piel que habito, Hable con ella). Una pena que se hayan desperdiciado todas esas tensiones latentes en casi dos horas en las que no pasa absolutamente nada concreto. En fin, La Cordillera me pareció una película innecesariamente lenta y con gusto a muy poco, que no asume riesgos pese a abordar una temática que se presta para mucho más; lo sabemos con sólo leer y ver las noticias a diario.
Del director español de joyitas cinematográficas como El día de la bestia (1995), Muertos de risa (1999) o La comunidad (2000), llega ahora El Bar, una comedia con tintes apocalípticos llena de mensajes muy inteligentes pensados para los tiempos que corren. Álex de la Iglesia es un experto en disfrazar cualquier tipo de drama que nos aqueja con una historia de humor y terror, y en su nuevo film refleja los instintos más prehistóricos del ser humano encerrando a un diverso grupo de personas dentro de un típico bar del centro de Madrid. La diversión comienza cuando un hombre es sorpresivamente asesinado a la salida del lugar; nadie vio nada, pero el tipo se desangra en la vereda en lo que parece ser un blanco de tirador. Mientras todos discuten eufóricamente e intentando sobreponerse al miedo de abandonar su zona de confort, el cuerpo del muerto desaparece como si la tierra se lo hubiese tragado… Todo es incertidumbre, suspenso, sospechas mutuas y demás, cuando encima descubren que los teléfonos celulares no funcionan y que a nadie parece importarle lo que está ocurriendo. Los personajes de la película están claramente representados dentro de un grupo: la chica linda, el hombre de negocios, la dueña mal llevada, el linyera borracho, el camarero experimentado, la adicta al juego y el ex-policía. Ellos son: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Joaquín Climent y Alejandro Awada (aunque no en ese orden). Todo lo que sucede dentro del bar es una exquisita sucesión de hechos a los que no podrás quitarle los ojos de encima; una trama con un ritmo frenético que no pierde el tiempo y que deja muy claro todo lo que desea contar. Las actuaciones son todas muy buenas y con dosis de humor imperdibles, la atmósfera está perfectamente lograda, ya que puede sentirse esa claustrofobia del encierro que además es una metáfora de otras cosas, al igual que lo es el film en sí. Puede que El Bar no esté al nivel de otras obra de Álex de la Iglesia, pero créanme que no será una pérdida de tiempo verla, en especial si eres fan del género.