Que una producción venga precedido con una frase publicitaria haciendo alusión que es el de mayor convocatoria en la historia del cine español, que ha sido vista por 9.000.000 de personas, no significa nada. Pues a los pocos minutos de comenzada la proyección, con un arranque prometedor, se desbarranca definitivamente para terminar con un final que da vergüenza ajena.
El camino al infierno está plagado de buenas intenciones, aquí aparece como prioritario el reírse de ellos mismos, y lo logra menos que a medias con un par de gags bien terminados, pero nada novedosos, y una sola frase bien instalada.
La idea fue tomar unos cuantos tópicos establecidos en España y darlo por tierra: que a los andaluces les gusta tanto trabajar, como a los santiagueños aquí, en la Argentina, y que los vascos no son tan feos y torpes (no conozco parámetros vernáculos)
Lo que sí abundan son los prejuicios entre unos y otros, dos personajes aislados no resuelven nada nunca, que una boliviana se enamore de una chilena, no disipa las disidencias entre ambas poblaciones, lo digo siguiendo con los parámetros, porque aquí de hecho es lo que abundan, la broma fácil a costa de un defecto que no es tal, pero si de otro.
Burlas pesadas en relación a las diferencias, sobre usos y costumbres, los del norte y los del sur, tan lejos, tan cerca, tan disímiles, y “semejantes” simultáneamente.
Lo que sucede en la construcción endeble del relato podría definirse en una confusión clásica de muchos de los productos de los últimos años, confunden el argumento con el guión. El primero es el planteamiento, el segundo se constituye en el desarrollo a lo que habría que incluirle los diálogos, y en el filme que nos convoca los monólogos.
El director de “El otro lado de la cama” (2002) pierde al no hacerse cargo y conferirle toda la responsabilidad a un bosquejo de guión, lo que más se lamenta en ese algo que tenia la citada, el asumirse como responsable de la obra y que en ésta no aparece.
Sin la catarata de burlas sobre los propios personajes, sin la sátira sutil sobre los estereotipos regionales, “8 Apellidos vascos” malgasta brío, pierde efectividad y, concluyentemente, apenas puede producir una leve sonrisa.
Dicho de otro modo, y casi sería su mayor déficit, no es lo suficientemente mala, ni extravagante, ni alocada, ni novedosa, ni entretenida, ni aburrida, es un monumento a la falta de esfuerzo, o más concretamente a la mediocridad; grosera más no promiscua, simple pero no sencilla, ambigua en el discurso, y lo peor, se huele un poco como realizada sin ganas.
Se puede ver sin sufrir demasiado sólo porque la idea interesa, no por novedosa, pues extraer un personaje de su entorno e introducirlo en otro casi en las antípodas, es tan viejo como las comedias satíricas del teatro griego.
En correspondencia a todos los demás elementos que la constituyen apenas ajustan, o terminan por no hacerlo.
La música, casi desaprovechada por completo, no es utilizada desde lo cultural integrador, sólo la chanza viable, estereotipante. El manejo de la cámara y la luz con la única intención que se vea, proponiendo una estética muy de telefilme, donde los espacios abiertos generan cierta empatia con el espectador, no por la forma de registro o construcción del plano o la imagen, sino por merito de los paisajes., bien elegidos por cierto.
La historia se centra en la relación entre Rafa (Dani Rovira), un joven “señorito” andaluz, que no ha tenido nunca la necesidad de dejar su Sevilla natal para conseguir lo que lo hace vibrar, mantenerse vivo, el “Betis” y las mujeres, que cambia cuando una noche conoce a la primera mujer que se resiste a sus encantos, Amaia (Clara Lago), una chica vasca. Decidido a conquistarla, se traslada a un pueblo del “país” Vasco, donde, por cuestiones mal justificadas del guión, debe hacerse pasar por vasco para ayudarla, y paralelamente tener tiempo suficiente como para vencer su resistencia.
En cuanto al desarrollo del guión, no se apoya sino que se refugia en un ejemplo de texto de enredos de principiante que luego no sabe cómo escaparse de esa trampa, intuimos, predecimos, no por sapientes sino por el producto en sí mismo, desde el principio, cómo va a terminar, de qué manera lo va a realizar por impulso, por inercia, sin meditar nada.
La corrección está puesta en las actuaciones, más no en los personajes a los que los mata los estereotipos, sólo un lugar más arriba aparece Karra Elejalde dándole vida al único personaje verosímil de todo el relato.