Cruce de prejuicios entre comunidades
La película, en el amplio sendero de la comedia, va por el camino seguro con un timing de humor que explora las diferencias.
El lugar común del chico que conoce a la chica hizo funcionar al mundo desde sus comienzos y por supuesto, fue uno de los principales motores de la relativamente corta historia del cine en sus diferentes géneros, y es por eso mismo que con el correr del tiempo, al tópico hubo que encontrarle variantes para despertar el interés, especialmente cuando transita por el amplio sendero de la comedia. Pero Ocho apellidos vascos va por lo seguro, con un timing de humor que explora las diferencias en una pareja entre una vasca y un andaluz, definitivamente diferentes que buscarán con ahínco los puntos en común, porque quieren, porque ya están enamorados antes de empezar a intentar que la cosa funcione.
La chica es Amaia (Clara Lago), vasca hasta la médula, plantada ante el altar y distanciada de su padre Koldo (el enorme Karra Elejalde), un pescador que vuelve de alta mar y que quiere conocer a su futuro yerno. Y la chica, incapaz de contarle la verdad, le presenta a Rafa (Dani Rovira), un andaluz que conoció en un viaje al que en un curso acelerado de nacionalismo vasco, convierte en su prometido.
Desde allí todo es previsible y moderadamente simpático, con los hábitos culturales en fricción la comida, la indumentaria, los chistes sobre lo difíciles que son las vascas para el sexo, sin esquivar las cuestiones como el nacionalismo y hasta la organización ETA en clave ridícula.
En un nivel primario el film del especialista en las comedias de enredos Emilio Martínez Lázaro (El otro lado de la cama, Los peores años de nuestra vida, Amo tu cama rica), funciona al explotar los clichés de los prejuicios entre dos comunidades bien diferentes y el recurso funciona en España se convirtió en un fenómeno, esas películasevento que hay que ver, alla Relatos salvajes aunque es cierto que el eje del relato puede trasladarse a cualquier país, al menos en estas playas la universalidad del conflicto tiene bastante de humor ramplón, sin matices, básico.
Sobre todo cuando abandona las dosis de mordacidad del comienzo y se concentra en la historia de amor en progreso, para desbarrancar sin remedio en un final naif con resolución de telefilm.