Montescos y capuletos en Euskadi
No siempre un éxito de taquilla o una sorpresa que reúna 10 millones de espectadores implica necesariamente la calidad garantizada, y ese es el caso de esta comedia costumbrista, Ocho apellidos vascos, que apela a la comedia de situaciones con aires de romanticismo para enfrentar estereotipos de andaluces y vascos a lo Romeo y Julieta.
El director Emilio Martínez-Lázaro deja la responsabilidad de llevar adelante el relato en sus protagonistas, una pareja con algo de química donde se destaca el histrionismo de Dani Rovira, ganador del Goya a mejor actor de reparto, junto a Clara Lago.
El encuentro de estos dos personajes opuestos en todo sentido obedece a una noche de alcohol que deriva en sexo ocasional y a la mañana siguiente termina en la típica despedida sin aviso por parte de Amaia. Aunque una cartera olvidada sea la excusa ideal para que Rafa encare su búsqueda en tierras inhóspitas y peligrosas, porque estamos hablando, nada menos, que de un andaluz en el país vasco.
A partir de allí, el equívoco y el juego de diferencias irreconciliables para además acentuar el choque de culturas, encuentra por medio de personajes secundarios el mejor camino para desarrollar una trama, que acumula situaciones y chistes a un ritmo constante y que no hace más que entretener.
Objetivo cumplido de todo cine industrial con pretensiones de masividad, reflejado con creces en la cartelera española para un año record en recaudación, único mérito de este producto de calidad aceptable pero no más que eso.