Cuando el cine pone el pie en el embarrado subgénero de la amenaza terrorista (particularmente envalentonado desde el ataque de 2001 contra las Torres Gemelas) suele hacerlo, en el último tiempo, con cierta búsqueda de originalidad en lo formal, quizá para no aburrir, quizá para cambiar todo sin que nada cambie.
El caso de Source Code obedece a ese planteo, a la idea de que hay que reforzar la paranoia popular, y si hay que acudir al sci-fi, pues que se haga, que para eso están las explicaciones científicas y el texto siempre explícito, como para que uno crea entender eso que al salir de la sala de cine se resumirá en un pixel más de miedo al otro, en una nueva cara del ellos-o-nosotros.
El film nos muestra a un militar que despierta en un tren (Jake Gyllenhall), el cual, a los pocos minutos, estalla. Corte. Luego, vemos al mismo hombre en lo que parece ser una cápsula de hierro, reforzada y comunicada con una base de operaciones a través de un monitor y un micrófono. Del otro lado, lo que parece ser una operadora (la bellísima Vera Farmiga, cada día más parecida a Inés Estévez) le comunica que se encuentra en medio de una misión especial y que volverá al tren en el que acaba de morir para encontrar la bomba que lo hizo explotar y, después, al autor del atentado. Y para todo eso tiene tan solo ocho minutos.
A partir de allí la película se mete de lleno en una estructura cuadrada, de relato sincronizado y en plan Groundhog Day, pero sin el humor y con la correspondiente muesca de suspenso e intriga.
Duncan Jones (también conocido como el hijo de David Bowie, a la vez que director de la muy apreciable Moon) apuesta aquí por cierta linealidad, más allá de la ruptura que supone el hecho de tratarse de una narración fragmentada por las idas y venidas (no en el tiempo, sino en términos de física cuántica, como se encarga de subrayar más de lo necesario el omnipresente científico de turno), con un personaje que sufre el infame derrotero al que lo somete un sistema de inteligencia perverso.
El discurso, en tanto, es más interesante que el planteo formal, ya que pone en juego más de un cambio de paradigma sobre la amenaza terrorista, al menos en lo que respecta al eje del mal. Por supuesto, la bajada de línea no llega a cambiar de carril ni se desvía del camino ya tan transitado del peligro que representa el otro, casi siempre malo, muy malo, escondido entre la bondad de los nuestros, los de bien.
En lo estrictamente cinematográfico, Source Code es una pieza correcta de arquitectura de guión, por momentos pretenciosa y en ocasiones básica frente a otros trabajos del subgénero (Unthinkable, para no ir lejos), que quizá hubiera sido infalible como cortometraje, sin la necesidad de alargar pasajes o agregar situaciones que justifiquen 90 minutos de proyección. Sin embargo, un buen inicio y una ajustada resolución alcanzan para que el saldo sea positivo, y sin daños colaterales.