El juego de los espejos.
Un hombre está atrapado en un tren y tiene sólo 8 minutos para encontrar una bomba y salvar a todos los tripulantes. Falla y muere. Vuelve a intentar. De nuevo: 8 minutos. Esto que podría ser la sinopsis de algún videojuego es la carta de presentación de Source Code (8 minutos antes de morir) la nueva película de Duncan Jones, el director de la película de ciencia ficción Moon (2009).
Si Moon tenía como principal referencia a 2001: Una odisea del espacio, esta película baraja muchos homenajes y guiños a películas de acción, fantasía y en menor medida, ciencia ficción. En este caso las referencias más obvias son películas mayores: Matrix (de la que compra la filosofía barata) y Minority Report (de la que alquila el debate sobre al abuso de la tecnología y de la autoridad).
El protagonista (Jake Gyllenhaal) en el héroe de la historia: un hombre que controla su propia figura en una realidad virtual. Cada vez que muere siente el violento sacudón de la explosión. Despierta y se encuentra en una suerte de cubículo frío, donde recibe órdenes de una mujer muy prolija y seria (Vera Farmiga) quien le advierte que él está en un cuerpo ajeno, ya muerto. Los 8 minutos son una recolección de la memoria de la víctima y durante ese período de tiempo, su deber es encontrar al culpable que pronto hará un ataque a escala mayor.
¿Por qué un terrorista detonaría una bomba en un tren para anticipar un ataque mayor? No lo sabemos. Quizás sea porque en el fondo quiere que lo detengan. O porque es uno de los tantos villanos genéricos que sirven para impulsar la trama. El foco no está puesto en él sino en el protagonista, encerrado en dos (o tres) realidades diferentes. La realidad intermedia, donde se comunica con la científica por medio de una cámara, recuerda a los desesperantes llamados telefónicos entre Ryan Reynolds y la operadora en Enterrado (Buried, 2010). El hombre manipulado por compañías mucho más grandes que él.
Aunque las intenciones por humanizar el relato son buenas, no dejan de ser como el villano de la historia: bastante regulares. Ya saben: en el tren está el fanático del baseball, los sospechosos de siempre, el nerd, etcétera. Como en El origen (Inception, 2010) la forma importa más que el contenido. Sin embargo, se nota que aquí hay un esfuerzo genuino por emocionar al espectador, aún así sea a base de trucos clásicos (clichés, dirán aquellos a los que no les guste la película). Ya saben: el hombre que entiende que está a merced de un sistema frívolo e inhumano, la mujer robótica que se empieza a humanizar, el científico "malo" que ansía poder (un correcto Jeffrey Wright). No está mal, pero más nos interesa saber cómo se resolverán las cosas los siguientes 8 minutos. En ese sentido, la película es un acierto: suspenso y adrenalina constante.
El otro acierto del film es esporádico, pero igual de efectivo. Es cuando Duncan Jones deja de poner todo en boca de los personajes y empieza a utilizar recursos más cinematográficos para dar a entender ideas más complejas. En este caso, se trata de la manipulación del destino (es curioso ver cómo una creencia más bien oriental es la base fundamental de una película norteamericana) y del juego de espejos. Vemos al protagonista frente a un gran óvalo, que deforma la realidad que él cree percibir. De eso se trata el cine y es lo que esta película pone en juego. Diferentes formas de percibir la misma realidad.