Enamorándose en un tren
Lo que exige verdadera concentración a la hora de analizar 8 minutos antes de morir no es tanto su trama, enredada pero pequeña a la vez, que presenta a un capitán del ejército (Jake Gyllenhaal) asignado a un programa llamado Source Code (cuyo traducción sería “Código Fuente”), que le permite ser durante ocho minutos una de las personas que murieron en un atentado en un tren, con el objetivo de encontrar al terrorista responsable; ni el desempeño de un elenco siempre en el tono justo, compuesto también por Michelle Monaghan, Vera Farmiga y Jeffrey Wright; sino su director, Duncan Jones.
El hijo de David Bowie tuvo un debut que fue toda una revelación con Moon, que contaba una historia de ciencia ficción que era casi una pieza de cámara, con un espléndido Sam Rockwell en el protagónico. 8 minutos antes de morir da toda la impresión inicial de ser su primer paso hacia las grandes ligas, abandonando todo intento intimista, pero no es tan así. En primer lugar, por la repetición de espacios y la escasez de personajes. Pero más que nada porque Jones vuelve a abordar la historia de un hombre prácticamente prisionero en un lugar determinado, sin poder irse, condenado por un contexto espacial opresivo y manipulado por una autoridad que ejerce su poder de manera hipócrita, aunque con la chance de escapar y salir de los esquemas a partir del impulso que le da la ambigua presencia –porque está presente a la vez que no lo está- de una mujer a la que amar.
En 8 minutos antes de morir se nota la presencia de un realizador al que le interesa más contar la historia de un hombre persiguiendo un romance, o más bien una felicidad imposible, que el típico relato de suspenso. En su trabajo del tiempo, el filme podría parecerse perfectamente a Puntos de vista –donde la repetición terminaba siendo tan arbitraria como cansadora-, pero termina pareciéndose a Deja Vú, otra película que conseguía fluir en buena parte a partir de su vertiente romántica.
Claro que el guión de Ben Ripley para 8 minutos antes de morir no tiene la misma solidez que el de Bill Marsilii y Terry Rossio para la cinta de Tony Scott. Por eso las vueltas de tuerca que se van dando hacia el final del filme de Jones suenan un poco forzadas, como si se quisiera arribar a un happy ending innecesario e impuesto por las convenciones del mainstream. No deja de tener cierta lógica, no sólo porque esta segunda película de Jones es su entrada a los marcos hollywoodenses, sino también porque Moon también tenía esas características en cuanto se dirigía a su resolución.
Y sin embargo, a partir del desarrollo sintético pero cuidadoso de sus personajes, 8 minutos antes de morir consigue hacer creíble su disparatada premisa. Sin ser extraordinaria ni mucho menos, termina ubicándose un poquito por fuera de la media de Hollywood. Eso, en tiempos cinematográficos tan esquemáticos y poco arriesgados, no deja de ser todo un mérito.