Daniel Aráoz y Luis Ziembrowski protagonizan una película de acción que expone la rivalidad a muerte de Juan y Vicente Zanotti.
"Hoy es el principio de la promesa", repite Juan Zanotti, un tipo triste, de aspecto temible, dispuesto a cumplir el juramento autoimpuesto. Daniel Aráoz compone un hampón que vuelve de su exilio interior para saldar cuentas de familia. Es un delincuente con carga dramática.
La opera prima de Bruno Hernández, 8 tiros, pone en contexto la rivalidad de dos hermanos y hace foco en el pequeño universo de los sentimientos mal paridos. La acción, la gestualidad y los pasos de la venganza acompañan la relación de Juan y Vicente (Luis Ziembrowski). Si bien casi no comparten escenas, cada uno en su momento transmite la dificultad de ese vínculo.
8 tiros ofrece una descripción de estilo sobre el submundo que muestra con cierta asepsia y meticulosidad. La película se apoya en estereotipos en cuanto a personajes, climas y diálogos. Aun así, funciona porque nunca abandona el eje, es decir, la obsesión de Juan.
Aráoz encuentra el registro del hombre que no estalla, un rostro que se alimenta de recuerdos tortuosos. Algunos flashbacks ilustran la causa de aquella promesa antigua que Juan quiere cumplir. Los niños que fueron aparecen junto al padre, en un episodio doloroso que se va descubriendo durante la película.
Hernández se detiene en los detalles: mientras Juan en su búnker acondiciona autos, usa el soldador, manipula piezas. Los objetos refuerzan la estampa de ese hombre solo. Hay teatralidad en la imagen, la búsqueda de profundidad con movimientos teatrales, el registro de la intimidad de los protagonistas. La ferocidad de ambos está aplacada por el modo de actuarla de Aráoz y Ziembrowski. Se dice de los Zanotti son temibles, algunas escenas lo sugiere, pero, en general, la película transita por la tensión del encuentro y la muerte como destino.
Un elenco interesante y bien plantado acompaña al dúo de actores. Roly Serrano, como el intendente Bustos; Alberto Ajaka, como el empleado fiel al capo; Alejandro Fiore, el padre, en breve aparición; María Nela Sinisterra, la agente de la DEA, y Leticia Brédice, impecable, en el personaje de la mujer sometida.
La ciudad, la noche y la autopista están presentes fuera del registro realista. Son escenarios fantasmales por donde se mueve Juan. El mundo del narcotráfico se muestra como síntesis, alejado del drama. No hay espectacularidad en la cámara. La fotografía de Julián Apezteguía capta los ambientes con detenimiento, creando climas que refuerzan la idea de que Juan es la amenaza.
Las escenas clásicas, jugadas sobre la música melancólica, con un montaje cuidado desarrollan el conflicto y, aunque hay previsibilidad en el guion, logran la reflexión sobre el crimen organizado. En el camino quedan los hermanos Zanotti que soportan rivalidades para ocultar la falta de amor y de rumbo.