De políticos, narcos y policías
De un tiempo a esta parte, el policial argentino está redescubriendo sus posibilidades comerciales, aunque muchos exponentes recientes insisten en patinar la superficie con guiños y señales lujosas, ignorando el hecho de que sin una osamenta bien planificada y construida no hay cuerpo que aguante. ¿O acaso se sigue recordando, reviendo y admirando a aquel viejo Aristarain por la facha de Luppi y el carisma de las escenografías? 8 tiros pertenece a ese grupo de crime films locales que concentra la atención en ciertos detalles y olvida el paisaje general. Lo que no podía ser más pertinente, a más de tres años de su rodaje, es el momento elegido para su estreno comercial: el libreto describe un complejo entramado de narcotráfico, corrupción política y connivencia policial, elementos que por estos días andan en boca de todos. Y no precisamente por su representación en la pantalla grande.Opera prima de Bruno Hernández, 8 tiros vuelve a utilizar el talento del comediante Daniel Aráoz para interpretar papeles de duro. Aquí le toca en suerte interpretar a Juan, un hombre que parece regresar de la muerte para llevar a cabo un minucioso plan que tiene como principal víctima a su hermano, un narco con mucho poder y toda clase de vinculaciones políticas (Luis Ziembrowski, en su vertiente más nasty y grasosa). No faltan piñas, tiros, explosiones y alguna que otra persecución en una película que parece querer cumplir a rajatabla con lo que el trailer promete: suspenso, acción, algo de erotismo y fierros a granel. Lo último se cumple con creces: además de las armas de fuego que se disparan y usan para amedrentar, pueden verse en pantalla desde un Mustang amarillo patito hasta una camioneta rural de los años 50 tuneada a todo trapo. En cuanto al erotismo, hay alguna escena en un puticlub y la presencia de Leticia Brédice como su madama.Respecto del suspenso y la acción, Hernández provee sus buenas dosis, acompañadas de una fotografía contrastada y brillosa, por momentos bastante publicitaria. El problema central radica en la estructura general y las ramificaciones del guión, escrito a seis manos: una historia que parece tocar de oído melodías ajenas, construyendo escenas que remiten inmediatamente a tantas otras (y mejores) películas. 8 tiros se asume como un relato que trabaja alrededor de lugares comunes, pero no se toma el trabajo de dar alguna clase de rodeo alrededor de ellos. Y la presencia de una investigadora colombiana que integra las filas de la DEA y los pormenores de su trabajo no ayudan precisamente a la construcción del famoso “verosímil”. Con un flashback desglosado que regresa una y otra vez para explicar el trauma esencial de la relación entre el hermano bueno y el hermano malo, el film camina en línea recta hasta el enfrentamiento final como un sonámbulo que conoce a la perfección la posición de muebles y paredes: con una relativa efectividad, pero sin demasiada gracia.