Hermanos poco unidos
La primera escena de 8 tiros sorprende debido a la potencia de las imágenes y a esa extraña sensación de que todo puede estallar en un río de violencia a los pocos segundos.
Pero no, el paisaje del cementerio y ls exequias fúnebres de no se sabe aún quién, contienen a esos feroces rostros, tristes algunos, temibles otros. De ahí en más, la trama ingresa en una zona donde confluyen dos hermanos (Juan y Vicente), un intendente corrupto, prostitución a la vuelta de la esquina y el narcotráfico como punta de conflicto que une, separa y vuelve a reunir a los personajes.
En ese sentido, la película inicial de Bruno Hernández, asistente de dirección y guionista de otros títulos, elige el camino del ajuste de cuentas con el pasado, tomando como centro al personaje de Juan (Daniel Aráoz) y la turbia relación con Vicente (Luis Ziembrowski). En ese punto, 8 tiros muestra lo mejor que tiene: la tensa no-amistad de uno con el otro, el afán de venganza, la incertidumbre por un pasado que corroe y retorna para incomodar el presente.
Pero la película, en varias ocasiones, se abre a otras zonas y personajes que adolecen de un mejor desarrollo y que terminan siendo solo elementos decorativos a la anécdota principal. Un político (Roly Serrano) que hubiera merecido un mayor tratamiento desde el guión, la administradora de un prostíbulo (Leticia Brédice) con poco peso dramático en la historia y una investigadora colombiana del caso (Nela Sinisterra) que entra y sale de la trama sin rigor alguno.
En ese tibio engranaje que conecta al núcleo central de la historia con otros personajes y situaciones poco o nada interesantes, 8 tiros expone un par de escenas de acción, teñidas de la clásica violencia genérica del policial ya exhibidas en ejemplos de hace dos o tres décadas. No están mal resueltas, al contrario, pero no escapan de ciertas convenciones y clisés de antaño transmutados a la tecnología cinematográfica de estos días.
Por eso, entre cuentas pendientes de hermanos dedicados a la narcotráfico y algunos momentos pletóricos de violencia, de manera cadenciosa y con acotado vuelo, termina imponiéndose el primero de los ítems.