Búsqueda Implacable a la cordobesa
¿A quién se le habrá ocurrido que Daniel Aráoz puede ser una suerte de émulo de Liam Neeson, como un exponente del héroe de acción de estas latitudes? Es innegable que el querido actor supo darnos muy buenos momentos televisivos en virtud de ser gracioso, locuaz y desfachatado, entre otras características que incluyen su carisma y gracia natural en su habitual tono cordobés. Y ha demostrado cierto histrionismo al componer situaciones dramáticas y personajes oscuros como en El hombre de al lado. Incluso ni siquiera cuesta mucho imaginarlo en alguna situación ficcionada en la que salga a los tiros, desencajado y furioso como una suerte de ángel vengador a quien la cordura ha abandonado sin retorno. ¿Por qué no? Todo eso suena admisible pero lamentablemente no se refleja para nada en su trabajo en esta película. Y como el argumento se construye a partir y alrededor de su personaje, allí se genera el principal problema.
La historia comienza cuando Juan (Aráoz) llega al cementerio a dejarle flores a la tumba de su madre recién fallecida. Allí es donde su hermano Vicente (Ziembrowski) -a quien lo une no sólo el parentesco sino un antiguo vínculo criminal- se entera de que está vivo luego de que él mismo mandara a matarlo siete años atrás. Esto desata una nueva cacería por parte de Vicente y a la vez una venganza por parte de Juan que tiene más de una cuenta pendiente con él y sus secuaces desde que decidiera darse por muerto y desaparecer.
El cine de acción de calidad sigue siendo una deuda en nuestra producción local. Desde aquel Un oso rojo de Adrián Caetano no se ha visto una película argentina que tome elementos de ese género de supremacía hollywoodense y los vuelque con éxito en la pantalla manteniendo o agregando elementos de nuestra idiosincrasia. Descontando, claro, la otra pata menos glamorosa al estilo de cosas tan fallidas como Socios por accidente o Peligrosa obsesión, que escondidas en la comedia de explotación de figuras mediáticas y sin problemas de presupuesto convierten a sus directores en meros agentes conductores de la mediocridad.
Pero tampoco es este el caso de 8 tiros, ya que se nota el intento por hacer las cosas bien -de hecho hay planos bastante logrados y una estética interesante- aunque no logre conmover o hacer una marca de valor en el género. No obstante se celebra el intento por diferenciarse aunque ya existan demasiadas películas sobre hombres traicionados que vuelven de la muerte para vengarse en el mundo como para que se haga otra a nivel local que no aporte nada. Es cierto que existen momentos interesantes, Brédice, Ziembrowski y Serrano juegan bien sus roles y logran darle un móvil a la acción pero chocan con la dureza de Aráoz cuando recita sus textos de manera monocorde o frunce el ceño como si estuviera constipado, que es en el 99% del metraje.
Puede intuirse que la búsqueda de la identidad del film o al menos esa intención de diferenciarse que persigue el director es a través de la exhibición de los automóviles que usa el personaje central que se moviliza de a ratos en el “8 tiros” del título -un Ford de los años 30 modificado-, el Mustang deportivo o en la moto chopera a los cuales alterna sin que realmente se justifique más que para pasearlos como si estuviese en un desfile y tenga que responder al cambio de vestuario. Pero ese detalle no alcanza para lograrlo o darle un sentido diferencial a las distintas escenas, es sólo un dato de color que queda desdibujado. No imagino al Transportador de Besson probando distintos automóviles para que su público diga cuál le queda mejor, ni tampoco a James Bond utilizando alguna de sus máquinas infernales sin una mínima excusa que justifique la elección, aunque en su caso ni siquiera la necesite. Lo importante en definitiva es que más allá de los paseos motorizados Juan vaya eliminando a sus asesinos con la estructura clásica piramidal, al tiempo que intenta reconciliarse con el pasado. En el camino vuela un par de cosas alejándose sin mirar atrás como lo manda el cliché del género pero lamentablemente sin la gracia necesaria, como si fuese un formulario a completar. Y para empeorar esa situación de “quiero mostrar que estoy haciendo una de acción con recursos” hay un plano secuencia bastante extenso que sigue al personaje por una escalera al tiempo que va topándose con “gángsters” cruzados de brazos que posan como para un videoclip y luego corta terminando con un clima que no se logra construir. La suma de estos elementos hace que pueda decirse que este es un film de acción sin la suficiente acción. No hay peleas que duren más que un par de trompadas o golpe con elemento contundente, tiros que no se resuelvan por corte o fuera de campo o por algún agregado digital que molesta por lo notorio. O bailarinas eróticas de pole dance desganadas y prostitutas que parecen no haber visto ni una película del género con esas típicas escenas, mucho menos haber investigado cómo tener una actitud natural al desarrollar esa tarea.
Si bien es su primer largometraje, Bruno Hernández es un director con experiencia y que ha pasado por casi todos los rubros guionando series locales y haciendo publicidad con el apoyo de Marcos Carnevale, que se suma aquí a su equipo de producción. Sin embargo, 8 tiros, aunque no es un total despropósito, se queda corto en la potencia de la propuesta.
Y que Aráoz se afloje un poco, que le quedan mucho más disparos en el cargador.