Los hermanos Juan y Vicente tienen una vieja deuda impaga. Vicente (Luis Ziembrowski) se apoderó de una red de narcotráfico en el sur del conurbano, y Juan, su armado brazo derecho, se alejó por razones tan poco claras como su involucramiento. Pero en el mundo del hampa la deserción no es gratuita. Un arreglo con un sicario permite que Juan (Daniel Aráoz) siga vivo, mientras para Vicente y sus socios duerme bajo tierra hace rato. En el velorio de la madre de los criminales, Juan reaparece para arrojar flores en la tumba. Esta reaparición, la del muerto que habla, tan antigua como la literatura en rojo sangre, desata una nueva cacería que Juan quiere desarticular, en parte, gracias a su alianza con una policía (María Nela Sinisterra) enviada por Interpol. Hay varias cosas atípicas en el film: la aparición de autos customizados o hot rods, una interpretación rudimentaria que remite a los films de José Campusano, y el regreso de Aráoz, otrora efectivo comediante, como un personaje oscuro, similar al que compuso en El hombre de al lado (2009). Pese a un desenlace ingenioso y a que el debutante Bruno Hernández demuestra conocer las normas del género, la película carece de carácter, en gran parte por el escaso desarrollo de sus personajes.