Una voz en el teléfono
En los primeros minutos del relato, la película promete en función de la adrenalina que se respira en el puesto de control de las llamadas al 911, número de emergencias en el que se atiende a suicidas desesperados, amas de casa asustadas porque entró un murciélago a su casa, desaprensivos que preguntan dónde comprar una hamburguesa o víctimas potenciales o reales de un secuestro.
El director muestra solvencia porque en pocos minutos presenta a la protagonista (una Halle Berry siempre correcta y que, en esta oportunidad, no basa a su personaje en el indudable atractivo de su figura) cómodamente insertada en el extraño mundo de la sala de control de las llamadas de emergencia. Rápidamente también, desmonta toda esa aparente placidez con la descripción de un caso de secuestro que no termina bien. A partir de entonces, se centra en las dudas y las vacilaciones emocionales de la protagonista, que deja la zona "caliente" de su trabajo y sigue como instructora de futuros operadores de emergencias. Hasta que una nueva situación de secuestro la obliga a volver a la acción. Lo que sigue está bien contado, con escenas de acción y de persecuciones correctamente realizadas, que se contraponen a los primeros planos de la protagonista, preocupada en mantener el contacto con la joven secuestrada y en infundirle coraje y esperanzas. La trama va sufriendo giros poco originales y comienza a caer en situaciones previsibles; sin embargo, esto es menos molesto que las arbitrariedades que empieza a mostrar el guión para encaminarse a una suerte de final cantado e inverosímil, contra el que poco pueden hacer las correctas interpretaciones de actores y actrices.
Todos sabemos que el cine es ilusión; precisamente en eso reside su magia. Pero es misión de los realizadores seducir al espectador de manera que éste entre casi sin darse cuenta en las convenciones de la historia y acepte sin reparos, incluso, un remate increíble. Si esto no ocurre, la magia falló.