Luego de la fallida Vanishing on 7th Street y de permanecer refugiado durante algunos años en la televisión, Brad Anderson, el director de The Machinist -que desde entonces no tuvo otro trabajo así de reconocido-, vuelve al ruedo con The Call, una película que empieza y termina con sorpresas, aunque sólo una de las dos sea bienvenida. Un comienzo dinámico expone rápidamente el lugar donde la historia tiene lugar, puertas adentro de la colmena, término con que se hace referencia al Centro de Atención del 911 -el cual se muestra como uno de los sistemas de inteligencia más destacados del mundo- y prepara todo para que esta transcurra sin rispideces.
Parafraseando al Robert McKee de Brian Cox en Adaptation, en el mundo pasa de todo. Todos los días alguien nace, alguien muere, y qué mejor idea para concentrar la circulación de estos eventos que una suerte de call-center al que llegan avisos de delitos cual si se tratara de recepcionistas de turnos médicos de los abonados a una obra social. Esto permite dar un privilegiado vistazo de lo que ocurre al otro lado de la línea, el costado humano de los operarios que al cortar la comunicación con un drama o una situación de riesgo, tienen que estar mentalmente preparados para tomar la siguiente. En cierta forma remite a Pushing Tin, aquella comedia en la que John Cusack y Billy Bob Thornton eran controladores aéreos y cualquier mínimo error ponía en peligro la vida de cientos de pasajeros. La sala del perpetuo sonar del teléfono, las compañías en el trabajo, el valioso tiempo de descanso, el cuarto al que se va exclusivamente cuando algo sale mal, todo prepara anímicamente para entrar en contacto con unos empleados especializados en lidiar con eventos límite que necesitan estar desapegados emocionalmente de lo que puede llegar a pasar.
Esto claro hasta que Halle Berry cruza su línea con la de Abigail Breslin, una adolescente secuestrada que desde el baúl de un auto logra comunicarse con el 911, obligando a la otra a salir del retiro voluntario al que se sometió luego de un hecho que acabó particularmente mal. Aquí es cuando Anderson y su guionista Richard D’Ovidio realmente empiezan a demostrar que se está en presencia de algo especial, ya que sin tratarse de una novedad en el género –pienso en Cellular, por ejemplo-, logra captar plenamente la atención de la audiencia y la lleva por un camino de tensión en el que se toman prácticamente todas las decisiones correctas para que el viaje sea pleno.
En tiempo real, la operaria ayuda a la víctima a trabajar con lo que tiene a su alcance, que en silencio busca una y otra vez liberarse de las garras del asesino serial. Explota el concepto del minuto a minuto y aprovecha el recurso de una central telefónica como una red en expansión sobre el criminal en cuestión. El suspenso crece, sobre todo, porque es una producción lineal. No busca dar vueltas de tuerca y la identidad del delincuente se conoce relativamente rápido, lo importante es rescatar a la joven a como de lugar y todo lo que se hace a tal efecto, funciona como tiene que hacerlo.
El problema con la película de Brad Anderson es el olvido, en el tercer acto, de todo lo que estuvieron preparando durante más de una hora. Estados Unidos ama a sus héroes y, a las claras, no pueden pensar en una heroína que de un paso al costado para que sea otro quien se lleve los laureles. Toda la película explora la relación entre dos desconocidas que se dan fuerza mutuamente y se ayudan a salir de una situación de crisis, ambas a cada lado de la línea. Lo que se hace en el cierre es perder de vista que esto era un factor o que la atención provenía de una operaria telefónica –especializada, si, pero igualmente de escritorio-, para convertirla en simultáneo en analista y en agente de campo, lo cual desperdicia toda la credibilidad acumulada en pos de un thriller corriente. Se guarda también un final chocante que sorprende una vez más, tanto por su significado como por sus implicancias negativas para las involucradas.
No hay agentes del 911 que sean conocidos, sus nombres no se mencionan en los medios y el único mérito al que pueden aspirar es a nivel institución. Esto también supone que sus errores se vean sólo puertas adentro –de hecho una mala maniobra de Halle Berry le cuesta la vida a una joven en los primeros minutos- y no se los someta al escarnio público. Dicho esto, Anderson y D’Ovidio no supieron cerrar su propuesta sin tener que poner a la operadora bajo el foco. The Call abraza el lugar común en su plenitud y desciende con velocidad hacia la mediocridad del género, curiosamente a partir de que la llamada en cuestión se corta.