ETÉREO E IMPREVISIBLE
El personalísimo cine de Apichatpong Weerasethakul sobrepasa en Memoria un reto: filmar en un país que no es el propio, en una cultura y una lengua absolutamente diferentes a la suya como la colombiana. Pero si el tailandés ha erigido una filmografía sobre la base de filmar lo infilmable, lo extraño, lo fantástico oculto detrás de la más ramplona materialidad de lo real, la experiencia de una extranjera en tierras lejanas es una forma inteligente de traducir sus propias incertezas como director. Se podría decir entonces que Weerasethakul pone en imágenes su propia dificultad para comprender lo que lo rodea, y también lo imposible de las coproducciones si quisiéramos ver la película con un dejo de ironía. Por primera vez, el director, se pone al mismo nivel del espectador: Ya no es su universo desplegado ante los ojos del que mira, sino él mismo metiéndose en un asunto que se va bifurcando a medida que avanza y sobre el que no parece tener demasiadas certezas.
La protagonista es Jessica (Tilda Swinton), una británica especialista en botánica que reside en Colombia. Allí, durante una madrugada, se despertará sobresaltada por un ruido que retumba como el golpe de un objeto contra otro. Es desde ese mínimo incidente que Weerasethakul edifica un relato centrado en lo extraño como alteración de la vida cotidiana: es que ese sonido, que solo Jessica parece oír, se volverá una constante y la protagonista saldrá a buscar explicaciones, entre especialistas de la salud o incluso con un ingeniero de sonido. Será el comienzo de un viaje que llevará al personaje a algo parecido al origen de la civilización, y es que en Memoria se imbrican elementos materiales con espirituales, en una metafísica y un surrealismo que parecen no pertenecer tanto a lo religioso como a la sensibilidad del cine. Planos largos y estáticos, un trabajo expresivo con el sonido, encuadres lejanos que toman a los personajes casi por completo y despojados del subrayado de lo gestual, imágenes con poder icónico dispuestas para que los espectadores decodifiquen su significado, si es que hay alguno o se trata tan solo de una pura experiencia lúdica. Memoria es como una película burbuja, que como todo el cine de Weerasethakul funciona dentro de sus propias reglas. Uno no entiende muy bien qué está pasando, pero comprende cómo está pasando, y en eso se diferencia de la mayoría del cine festivalero donde en ocasiones no se comprende lo que debería entenderse. Cine festivalero, también, del que el director tailandés es una suerte de referencia desde hace un par de décadas. Y como toda referencia, a veces se lo sigue de forma un poco incomprendida.
Cine experimental alojado dentro de las reglas del cine argumental (porque hay un recorrido y un sentido que nos llevan a pensar en instancias clásicas del relato), Memoria es también un tipo de cine que enamora más por sus aspectos formales que por la manera en que logra emocionar al espectador. Ahí radica, un poco, la distancia que siento particularmente como espectador y que no me permite disfrutar al 100% de la experiencia: algunas escenas se notan estiradas, algunas ideas se repiten, algunas cosas podrían no estar y no afectarían en lo más mínimo el relato. Se podrá decir que eso sucede en la mayoría de las películas, pero lo cierto es que en un film como Memoria lo que se vuelve reiterativo es su propio concepto. De todos modos uno observa en Apichatpong Weerasethakul a un autor con un preciso control de su cine, que a fuerza de registrar lo inmaterial se vuelve etéreo e imprevisible.