En las profundidades del océano se desarrollan varias películas de tiburones y cuando se pensaba que el género estaba demasiado explotado llega A 47 metros.
La historia sigue a dos hermanas de vacaciones en la costa mexicana. Buscando romper con la rutina se dirigen a un riesgoso avistamiento de tiburones adentro de una jaula en el medio del océano. El cable que las sostiene se rompe y caen en picada hasta el fondo perdiendo comunicación con el barco que las llevaba, rodeadas de tiburones blancos y con el tiempo corriéndoles por la falta de oxígeno.
El océano esconde más secretos que cualquier otro lugar en la tierra y es el miedo a lo desconocido lo que fascina al espectador. Herzog lo exploró en sus documentales desde el asombro y la curiosidad en The Wild Blue Yonder, mientras que la ficción ha dado cientos de representaciones marinas del tiburón. Desde la clásica película de Spielberg, a la realista pero poco efectiva Open Water, pasando por las extravagantes Deep Blue Sea o la saga Sharknado.
A 47 metros intenta ubicarse en un punto de realismo similar a Open Water, pero sin olvidarse de la construcción de un relato ficcional.
Mientras que los primeros 15 minutos sirven para dar un poco de pasado a la historia de las protagonistas, acompañada de una pésima selección musical, el resto del film no para de advertir al espectador que algo está por pasar. Y aunque su título revele el núcleo de la historia, la sorpresa y la tensión que sufren es asimilada por el espectador de igual manera.
Desde lo visual la película se acota a su presupuesto y aprovecha el ingenio usado por Spielberg de mostrar lo menos posible al atacante.
La inocencia de las chicas sirve aún más para poner nervioso al espectador que espera que alguna se convierta en heroina del relato y que abandone su rol de víctima. El final resuelve este aspecto de manera efectiva con una pequeña vuelta de tuerca.
La productora ya confirmó una segunda parte y como toda idea original es posible que se estire demasiado y caiga en lo previsible.