Nadie puede negar el terror y el atractivo que genera un tiburón blanco en la pantalla grande, y mucho menos puede hacerlo la taquilla: ya sea en producciones clase B (de esas capaces de mezclarlo con pulpos, pirañas o hasta otorgarles dos o más cabezas) o films de alto presupuesto como The Shallows (2016) y la inminente Meg (2019), los escualos devoran las entradas del espectador y siempre vuelven por más.
A 47 Metros busca colarse entre estos últimos films, pero lo hace ya con una enorme desventaja: si bien lleva varios años producida (aunque no estrenada), se vio obligada a retrasar su salida como consecuencia del éxito y mayor presencia de otros films de similar temática. Esto da dos posibles lecturas: o bien los productores optaron por dejar que se “calmen las aguas” para acaparar un mayor público con abstinencia de tiburones, o bien sabían que tenían una mano perdedora contra éxitos de taquilla y crítica como el film de Jaume Collet-Serra.
El punto de partida es tan simple que duele: dos hermanas de vacaciones, una intrépida, la otra tímida, descansan en una playa paradisíaca en México y todo marcha bien, hasta que una de ellas (la protagonista, por supuesto) se quiebra y le confiesa a la otra que su novio la dejó. Y está mal por eso. Llora. No sabe qué hacer. Y, claro, lo más lógico es embarcarse a la aventura, nadando con tiburones. Buena terapia de choque.
Si bien A 47 Metros no presenta novedad alguna para este cuasi-sub-género del terror, al menos hay que reconocerle que los peces de diente afilado se ven bien, y provocan algún que otro sobresalto, fruto de una buena dosis de suspenso y FX. Abunda la sangre, y la corta duración ayuda a que se trate de un entretenimiento efímero. No alcanza, pero es algo.