El director Jonas Carpignano -Mediterrána- mete su cámara en el pequeño universo de la familia Amato. Un clan gitano que vive en una zona marginal de Calabria, esa Italia del sur que muchas veces muestra tejidos sociales paupérrimos, tercermundistas. En verdad, su cámara se posa en el rostro o la espalda del joven Pío, un preadolescente que admira a su hermano mayor y da sus primeros pasos en el robo. En la Ciambra los niños fuman y beben alcohol, las familias, afectuosas en su brutalidad, se comunican a los gritos, y los códigos se desdibujan, lejos de cualquier contención institucional, sin escuelas ni trabajos. Hay que ver cómo, sin un argumento de principio-desarrollo-fin, Carpignano hace con su película un relato vivo, tenso, urgente. Y visualmente tan atractivo que uno no puede despegarse de las idas y vueltas de este chico y lo que lo rodea, a pesar de la aspereza de sus secuencias a oscuras, con confusos primeros planos, como sombras, y palabras susurradas en distintos dialectos y acentos. Entre el documental y la ficción -o la ficcionalización de la vida cotidiana de una familia real, haciendo de algo parecido a sí misma-, la película es una clara heredera del neorrealismo y el cine social italiano, producida por un Martin Scorsese que se enamoró del material. Un relato vibrante y profundamente conmovedor.