De vez en cuando Hollywood se acuerda que las generaciones van creciendo, el púbico se renueva, pero últimamente no surgen precisamente obras maestras cuando se trata de abordar temáticas adolescentes. Los seguimos subestimando con argumentos edulcorados. La última que realmente tenía algo interesante para decir, sin ser una maravilla, fue “La joven vida de Juno” (Jason Reitman, con guión de Diablo Cody, 2007). Ergo, lo más probable es que toda la situación que atraviesan los dos personajes centrales de "A dos metros de ti” le suene muy, pero muy familiar.
El inicio es algo engañoso pero planta la situación. La voz en off de Stella (Haley Lu Richardson) reflexiona sobre el contacto humano, sobre la poca importancia que solemos darle a este simple acto sin darnos cuenta lo trascendental que es. Luego nos la muestran desbordante de vida, ocurrente, fresca, divertida, junto a sus amigas en una habitación. Casi todos son primeros planos con fondos de paredes llenas de fotos, mensajes, dibujitos, etc. Las amigas se despiden, se van y recién cuando Stella queda sola, el plano general se abre y descubrimos que la habitación es la de un hospital. Ella está internada ahí por una enfermedad terminal, esperando un trasplante de pulmón. En seguida veremos una serie de posteos (así se llama a los mensajes, fotos o videos que se suben a las redes sociales) cuyo contenido sobre la enfermedad es un bajón, pero dicho por esta actriz de sonrisa compradora parece liviano y hasta entretenido. Es como si Xuxa estuviese describiendo el desembarco en Normandía de “Rescatando al soldado Ryan” (Steven Spielberg, 1998). Así de contradictorio. Habrá un par más de estas triquiñuelas que van a jugar con los sentimientos del espectador, que si se deja llevar verá cómo esa torre de optimismo que la música, el guión y la simpatía del elenco desbordan, se desmorona a puro golpe.
Una de las características de esta enfermedad que padecen ella y su amigo Poe (Moises Arias) es que no puede haber contacto físico por el alto riesgo de contagio (de ahí la introducción, ¿no?). Este verosímil está bien instalado en el guión, pero es traicionado varias veces a lo largo de la cinta en planos con referencia que a veces cuentan la prudencia en la distancia y otras no tanto.
En fin, la moribunda se las arregla bien para sobrellevar su proximidad al encuentro con la parca. Parece tener todo bajo control hasta que conoce a Will (Cole Sprouse), un nuevo internado con otro tipo de virus terminal, cuyo nombre es tan complicado que realmente no vale la pena tratar de recordarlo, y poco importa porque este estreno en ningún momento tiene la intención de crear conciencia sobre la existencia del mismo. Will, por supuesto, es todo lo contrario a Stella. Anda bajoneado (como corresponde a cualquiera cuya corta vida ya tiene fecha de vencimiento estipulada), aunque no evita el diálogo. Por supuesto, como indica el manual de este género, los “antagonistas” se van a enamorar no sin antes pasar por algunas pruebas mutuas.
A esta altura es necesario mencionar que el guión de Mikki Daughtry y Tobias Iaconis es, en esencia, un calco de “Bajo la misma estrella” (Josh Boone, 2014), aquella con Shailene Woodley y Ansel Elgort en la cual ambos tienen cáncer. Por cierto, esta película no es un calco solamente por la circunstancia dada desde el comienzo, sino por el tratamiento estético. En efecto, “A dos metros de ti” también se vuelve episódica, separando cada nueva situación por un montaje edulcorado con música de fondo. Temas alegres cuando ella está contenta y parece todo esperanzador; o bien tristes (incluida la letra) cuando todo está mal, ya sea por una discusión entre los enamorados o por el agravamiento de la enfermedad. Lejos de colaborar con la progresión del relato las canciones, por lindas que sean, estiran lo inevitable volviendo la historia excesivamente predecible, además de indicarle al espectador como se tiene que sentir.
Es difícil imaginar, primero si ésta generación se identifica con éste tipo de productos en el siglo XXI y, segundo, si está tan dispuesta a ver algo triste, lacrimógeno, y hasta desesperanzador respecto de cómo tomarse este tipo de circunstancias en la vida real.
El director aborda esta ópera prima (dirigió mucha televisión antes), con tintes tradicionales en cuanto a lo narrativo, pero sin tomar riesgos. Ni siquiera cuando, obligado a cumplir con los códigos del drama romántico, debe deshacerse de algún personaje para aumentar el uso de los pañuelos en la platea. Pese a contar con un trío de actores bastante simpáticos y talentosos (en especial el chico Moisés Arias) y una banda de sonido agradable, esto no alcanza para completar la experiencia. El público se renueva, es cierto, pero no come vidrio