Infancia sin rumbo
Lola, Choco, Lija y Zota son los cuatro protagonistas de A La Cantábrica, primer largometraje de Ezequiel Erriquez que tuvo una importante recepción en festivales internacionales. Los cuatro protagonistas son chicos, que atraviesan ese complicado proceso de convertirse en adolescentes. La época son los noventas -más precisamente esos años que dieron al cierre de la década-, tiempo con sus implicancias que aparece una y otra vez a partir de la televisión o de lo que se cuela en el inconsciente de los personajes. La cámara sigue a los cuatro chicos, en sus ratos de soledad pero también cuando comparten momentos junto a sus amigos: seguir ese recorrido es parte de la apuesta formal de este film.
Cuando uno ve A La Cantábrica piensa en la sinopsis, en las intenciones del director, y en lo que finalmente se ve en pantalla. Esto último es lo que preocupa. Uno adivina las intenciones de una película sobre una etapa de transición, sobre la preadolescencia y el crudo escenario que se presenta en pantalla pero, en una película donde pasan tantas cosas, es increíble que nada llegue demasiado. Y hay varias razones.
En primera instancia el guión contiene líneas de diálogo que son, literalmente, increíbles; pero si a esto sumamos el “detalle” de que estas mismas líneas son dichas de un modo casi mecánico, lo que tenemos son enunciados donde apenas parece existir la conexión entre los personajes. Por otro lado, al buen trabajo de planos descriptivos se oponen brutalmente planos descuidados donde se pierde el foco de la acción, donde la cámara divaga sin encontrar el foco y, finalmente, en elecciones inexplicables que en la búsqueda terminan atentando contra la narración (pienso sobre todo en algunos primeros planos).
El final brusco, presuntamente metafórico, aparece luego de un largo devenir de planos prácticamente inconexos sin ningún sentido de secuencia, razón por la cual apenas se podrá distinguir el subtexto. Es que, lamentablemente, a veces las intenciones no alcanzan.