Lo que vendrá...
El paso de la infancia a la adolescencia no es un tema novedoso para el cine argentino ni mucho menos. Lo que sí es poco habitual es el enfoque que propone A la Cantábrica. La ópera prima de Ezequiel Erriquez encuentra una correspondencia entre la rispidez de la transición interna de sus cuatro protagonistas y un tratamiento visual seco, sucio e incluso por momentos emocionalmente distante.
Estrenada en el Festival de Rotterdam 2012 y vista aquí en la última edición de Mar del Plata, la película transcurre en un barrio de los suburbios (¿Gran Buenos Aires? ¿Gran Rosario?) a fines de los ‘90 y sigue a cuatro amigos en las postrimerías del colegio primario. Amigos que el guión de Erriquez no llega a construir con la carnadura y complejidad suficientes, ya que elige definirlos únicamente a través de su relación con una característica en particular: la chica y sus clases de ballet, uno de ellos y el vínculo con su abuela enferma, otro con las primeras aproximaciones a la vida sexual y el último con un incipiente enamoramiento de una actriz ciega algunos años mayor que él.
En sus ratos de ocio ellos miran la televisión. Allí, los noticieros simbolizan el inicio del proceso de entendimiento de las complejidades y del sinsentido del mundo que los rodea. Todos ellos confluirán en la fábrica a punto de cerrarse del título, lugar donde el quiebre generacional se patentiza: si el contexto social, personal y, por qué no, hormonal les indica que la adolescencia es inminente, ellos encuentran en esa geografía un espacio para la liberación de lo lúdico.
Erriquez decide acompañarlos de cerca con una cámara inquieta y atenta a la pulsión de sus sentimientos. Ese retrato evade, además, cualquier atisbo de estilización: la transición está lejos de la idealización y la geografía arrullada contribuye a remarcar el dejo amargo y nostálgico de todo cambio.