Cuatro adolescentes, el fin de una década devastadora, y nada, la nada misma. Eso es A La Cantábrica de Ezequiel Erriquez.
Lola, Lija, Choco y Zota son cuatro amigos que están abandonando la infancia y descubriendo ese misterio de sensaciones que es la adolescencia; pero el contexto no es cualquiera, los años ’90 arrasaron con la esperanza de toda una generación, y ellos que están empezando a vivir parecen poder sentirlo.
A La Cantábrica es un film deliberadamente seco, parco, de imágenes y secuencias más que de diálogos, y eso expresa algo interno que sucede con estos chicos.
Cada uno de ellos vive realidades diferentes, no todos afrontan los mismos problemas, des más ni siquiera comparten mucho entre sí salvo los encuentros en aquella fábrica abandonada del título. Son jóvenes del Oeste del Conurbano Bonaerense, zona muy castigada por la desidia de la década mientras otros festejaban, y La Cantábrica es ejemplo de época, un lugar abandonado que cerró sus puertas dejando un caudal importante de desocupados. Hoy día pertenece a una de las tantas fábricas recuperadas en la zona.
Pero todo esto no está en el film de Erriquez, nada es expresado directamente, aunque todo se intuye por las actitudes de los propios chicos y del entorno.
A La Cantábrica pareciera no avanzar, no es film de grandes sucesos, al contrario, son vivencias diarias sin que suceda nada particular hasta un giro llegando el final que resignifica un poco lo visto hasta entonces.
Pero este gesto, que hace al film realmente lento en realidad expresa algo de lo que fueron los últimos años del Siglo XX llenos desesperanza y en donde nada aparecía que pueda cambiar la situación; si se lo analiza de esta manera, A La Cantábrica adquiere nuevos valores.
El grupo de adolescentes lucen naturales, aunque difícilmente despierten aluna simpatía por la forma de ser de cada uno de ellos y por lo que les toca vivir. Nada es sencillo, y hay un gusto amargo aún en los momentos de diversión.
Erriquez filma de modo directo y con sencillez, como si simplemente posase la cámara y dejase que las cosas sucedan, fluyan; también se posa en determinados cuadros, objetos o planos, lo que acentúa la idea de un tiempo que no pasa, de espera permanente.
A La Cantábrica es un fresco de época, de una época triste y abúlica, y por lo tanto eso es lo que sucede con el film, no hay diálogos trascendentes, ni hechos que llamen la atención, solo queda ver pasar la vida de costado, vidas que recién comienzan y ya están deslilusionadas; la única esperanza es que suceda algo que cambie la situación que los haga pensar que puede haber algo más, lástima que tarda en llegar, demasiado, parece no venir.
La Cantábrica es una fábrica abandonada, una buena metáfora del interior de estos jóvenes, quizás en algún momento, como la fábrica, logren recuperarse.