A simple vista se podría intuir que estamos, una vez más, frente a un largometraje de aventuras, héroes y hazañas, pero que cambia nuestra perspectiva cuando nos enteramos de que es una historia real, ocurrida en 1983.
Tami (Shailene Woodley) es inquieta, desestructurada, curiosa y viajera sin un rumbo fijo. Así llegó a Tahití para estar una temporada, no definida y pasarla lo mejor posible. A ella le fascina el mar, navegar y el surf. Cuando en el muelle conoce a Richard (Sam Claflin), un marinero en solitario que conduce su propio velero por los océanos del mundo, la fascinación y el espíritu aventurero de ambos, los atraerá indefectiblemente.
Baltasar Kormákur describe de un modo clásico a este film un viaja del presente dramático y catastrófico hacia el pasado reciente, cuando la pareja se afianzó. Narrada como si fuese una novela romántica, los tiempos más apasionados, son endulzados hasta empalagar. Todo es ideal. Son lindos, jóvenes, felices, los lugares que visitan favorecen el idilio. Hasta que, un encuentro circunstancial con unos amigos de Richard les hará modificar sus planes de recorrer el mundo en el velero por algo más lucrativo y concreto que, en principio, no tendría que llevarles demasiado tiempo.
Pero la suerte no fue completa para la pareja, y una feroz tormenta, de esas que se producen muy de vez en cuando, provocará el desastre y la tragedia en altamar cuando la sólida embarcación es una partícula minúscula en el océano, y Tami, sin quererlo ni desearlo, se convierte en heroína.
A su personaje Shailene Woodley lo hace muy real. Es creíble y uno se identifica inmediatamente con ella. Su sufrimiento, desolación, desesperanza es evidente, Al igual que su fortaleza, pericia y valentía ante la adversidad.
El relato alterna entre imágenes estéticamente bellas y edulcoradas, con otras que son las más sufridas por los protagonistas, donde la soledad y el deterioro físico se hace cada vez más evidente con el paso de los días que están a la deriva. El sonido ambiente y sus voces alegres o sufridas completan las escenas. El manejo de los momentos álgidos y tensos se equilibran con los plácidos y calmos. La recreación de la tormenta y la tragedia son convincentes. El presupuesto con el que cuenta el director permite trasladar a la pantalla las situaciones recordadas por Tami lo más verosímil posible.
Los imponderables rigen la vida de las personas. Hasta las más ordenadas y estructuradas sufren esos avatares. Por eso mismo, Tami y Richard no pudieron quedar exceptuados de ellos. De modo que sus deseos y aspiraciones de vivir la vida, según a donde los lleve el viento, no resultó como lo soñado.