La chica y el mar
A la deriva (Adrift, 2018) es una dura historia de supervivencia basada en hechos reales - cortesía del mismo director de la descarnada Everest (2015) - pero empaquetada cual tragedia romántica para “jóvenes adultos”. Comparación que se invita sola dada la presencia de Shailene Woodley y Sam Claflin, ídolos importados de las sagas Divergente (Divergent) y Los juegos del hambre (The Hunger Games), y se afinca en las cursis y mundanas escenas en las que se cortejan.
Tami y Richard son dos jóvenes itinerantes que cruzan caminos en Tahití. La atracción es instantánea: comparten pasados turbios, les gusta navegar. Nunca los conocemos mucho más allá de las primeras impresiones. Sin nada mejor que hacer aceptan la oferta de pilotar un yate 6500 kilómetros hasta San Diego. El motor de la embarcación es destruido durante un huracán y ambos quedan flotando a la deriva, casi sin raciones y con la débil esperanza de dar con alguna de las pequeñas islas que muestra el mapa.
Que el guión esté basado en un libro escrito por una tal Tami remueve gran parte de la tensión de la película, cuyas escenas alternan indiscriminadamente entre el cortejo de la pareja en tierra firme y el tour de force que prosigue la noche del huracán. Las escenas de peligro y supervivencia en altamar tienen todo que envidiarle a la superior Todo está perdido (All ls Lost, 2013), excepto por la ingenuidad fotográfica de Robert Richardson. En cuanto al aspecto romántico, Woodley y Claflin tienen buena química pero logra ser aún menos memorable, víctima de cursilerías que ni siquiera escapan la autocrítica de la propia película.
El montaje alternante roba de inmediatez a la historia sin agregar nada salvo relleno que cumple el único propósito de la elipsis. ¿Dónde está la visceralidad de Mar abierto (Open Water, 2003), 127 horas (127 Hours, 2010), Gravedad (Gravity, 2013)? El diálogo entre las dos mitades de la película se vuelve repetitivo e irrelevante. Tami oscila entre brava heroína y objeto de desprecio al menospreciar inicialmente la oferta laboral por motivos banales y preferir (brevemente) morir de hambre a comer pescado.
Si A la deriva se mantiene a flote es gracias a un giro de creatividad, casi hacia el final de la cinta. Es difícil de describir sin arruinarla pero es el buen tipo de giro, de los que se mantienen imprevisibles hasta que ocurren y entonces resultan obvios. No es que cambia el significado de la película sino que le da uno. ¿Es preferible esperar al final de una historia para sorprender con un momento de ingenio a ahorrarse las sorpresas y emplear dicho ingenio desde el comienzo?
Shailene Woodley es una buena actriz e imbuye a Tami con una vivacidad y simpatía que el guión desconoce. Recorre de manera sucesiva y convincente los estados de pánico, desesperación, deterioro, pena y coraje. Hay una historia verdadera y asombrosa debajo de todo, pero la dirección de Baltasar Kormákur es demasiado hastiada como para inspirar grandes emociones y el guión - escrito a seis manos - es tan arrítmico y desequilibrado que no le hace gran justicia.