La película del realizador islandés tiene como protagonista a la actriz de “Los descendientes” en una historia de aventuras y supervivencia en el océano que se basa en un caso real que sucedió en los años ’80.
Tengo la impresión que Baltasar Kormákur hizo A LA DERIVA para filmar la escena del “accidente marítimo” que causa que los protagonistas del filme queden, bueno, “a la deriva”. Con la ayuda del célebre director de fotografía Robert Richardson crearon un caos marítimo que impresiona aún más al saberse que buena parte de la película se filmó en el propio océano. Ese caos –olas gigantes, un barco que se da vuelta, la sensación de fin del mundo– es capturado de manera gloriosa en un filme que hasta ese momento no lograba ir más allá de la media de este tipo de relato de supervivencia en el océano.
¿Cómo es que la tormenta es vista recién cerca del final? Porque la película está contada en dos tiempos y arranca con Tami (Shailene Woodley) despertándose en medio del caos: claramente algo sucedió y el barco en el que viajaba con su pareja ha quedado destrozado, ella muy lastimada y él no aparece por ningún lado. Pero mientras la mujer, lastimada, lo busca y trata de recomponerse y sobrevivir, la película vuelve a contarnos la historia desde el principio: cómo la joven norteamericana de 23 años llegó en plan diversión a Tahiti, conoció allí a Richard (Sam Claflin), un británico algo más grande que ella y experimentado hombre de mar, se enamoraron y decidieron emprender juntos un viaje en un barco lujoso a Estados Unidos, aprovechando un trabajo para el que contrataron a Richard.
Así la película mantendrá dos tiempos narrativos paralelos, el previo y el posterior al accidente. El previo va por carriles en exceso convencionales y responde a los parámetros clásicos de una historia de amor de vacaciones. El posterior es más curioso: Tami encuentra tras unos días a Richard vivo sobre una barcaza, muy roto y fracturado, y lo sube al barco. Y es ella la que debe conducir el viaje de regreso con él, casi, como una carga más. Además de las sorpresas que vendrán por este lado, la película funciona mejor aquí, tiene algo de ALL IS LOST y de LA VIDA DE PI, y en cierto modo se puede decir que combina la apuesta formal de uno con la temática del otro.
Pero los elementos fundamentales son los escenarios y, especialmente, Woodley, que le pone literalmente el cuerpo a la situación y se carga la acción y las emociones al mismo tiempo. Es un gran trabajo, en buena medida físico, de la actriz, en una película acaso convencional en su historia de superación (se basa después de todo en una historia real) pero que logra convencer desde la visceralidad de la puesta en escena de un especialista como el islandés (realizador de CONTRABANDO, DOS ARMAS LETALES y EVEREST, entre otros) quien muestra lo mejor que sabe hacer una vez que ella (y él) se hacen a la mar. Allí, donde todo puede suceder y hay que sobrevivir como se pueda a la naturaleza.