Basada en la historia real que sufrió Tami Oldham a bordo de un velero que iba desde Tahití hasta San Diego, el director islandés Baltasar Kormákur vuelve a mostrar la lucha del hombre contra la naturaleza luego de su film Everest.
A la deriva es una historia de amor y de supervivencia en medio del océano, como tantas otras: Tami -Shailene Woodley-, una chica sin rumbo fijo que prueba trabajos temporarios y va donde la lleva el viento, conoce al carismático Richard -Sam Claflin-, que tiene una embarcación. Ambos inician un romance y una travesía por el mar y son sorprendidos por una de las mayores tormentas jamás registradas. Sin comida, sin agua y con un velero casi destruído, deberán hacer frente a las adversidades climáticas.
La película va alternando el pasado -antes del viaje- y el presente a bordo del velero que los tiene como rehenes de un mar embravecido y en medio de una atmósfera de desconcierto y alucinaciones.
Con este esquema narrativo, el realizador propone una película que se apoya más en las escenas dramáticas que en el cine catástrofe, permitiendo el lucimiento de Shailene Woodley,quien también oficia de productora, luego de sus aplaudidos papeles en Los descendientes, Bajo la misma estrella y la saga Divergente. El drama es su fuerte y lo transita con comodidad, brindando potencia interpretativa en cada una de las escenas cuando queda a merced del huracán junto a su compañero malherido.
El relato, sencillo y tramposo, abre con el naufragio y traza un paralelismo entre las vidas de los protagonistas de espíritu libre que viven sin demasiadas preocupaciones y la pesadilla que duró 47 días. Sin ser La tormenta perfecta y con más suerte que la reciente Un viaje extraordinario, que protagonizó Colin Firth, la película se mantiene a flote.