A raíz del cierre de los cines ante el avance de la pandemia en marzo, Corazón loco, la película protagonizada por Adrián Suar y dirigida por Marcos Carnevale encuentra su estreno en la plataforma de streaming Netflix y ocupa el primer puesto de visualizaciones. El tema central es la doble vida que lleva adelante Fernando (Adrián Suar), el jefe de traumatología de una clínica marplatense. “Tengo una sola familia, dividida en dos”, asegura con desparpajo mientras reparte su tiempo – y las artimañas para no ser descubierto- entre el hogar que construyó junto a Paula (Gabriela Toscano), una maestra jardinera en Mar del Plata, con quien hace diecinueve años está casado, y el amor de Vera (Soledad Villamil) que vive en la ciudad de Buenos Aires y a quien visita los fines de semana. Entre dos hogares, dos amores e hijos separados por cuatrocientos kilómetros de distancia, el bígamo se ve obligado a sortear una mentira tras otra para mantener su secreto y su machismo bien resguardado. Claro que las cosas no salen bien. Con este esquema argumental, el guión de Marcos Carnevale y el mismo Suar, pinta con pocas sutilezas el universo de este hombre que parece haber quedado atrapado en décadas pasadas, y en un presente en el que sus –las- mujeres ocupan un segundo plano y se convierten de ingenuas engañadas a villanas de turno. En ese sentido, el tono de la comedia no encuentra momentos logrados ni muy divertidos (sólo acierta la presencia de Alan Sabbagh como su compañero y cómplice) y pierde clima a pesar del ritmo impreso. El rumbo también es incierto cuando el filme navega entre la comedia e intenta encaminarse hacia un registro más oscuro, donde la venganza de las féminas toma protagonismo. Ni en uno ni en otro campo las situaciones salen airosas como para fortalecer esta anacrónica propuesta, “adornada” con las panorámicas de “La Feliz” registradas desde un dron y con publicidades forzadas que distraen y en ningún momento intentan camuflarse como lo hace el médico en cuestión. La famosa casa de las medialunas de la Ruta 2 funciona como el cuartel del trámite o “espionaje” en el que Fernando se cambia, deja la alianza y el auto, se perfuma y se transforma en “otro” para despistar. El filme hace gala además de una “narración en off” que subraya de algún modo lo que ya se entiende a través de las imágenes. Si Paula tiene un accidente que la deja casi ciega al comienzo, es quizás, para no ver lo que se avecina. Ni las habituales morisquetas de Suar, vistas en otros filmes, ni las buenas actrices que lo acompañan logran acá darle más carnadura a sus personajes.
El género de terror viene asomando con nuevos bríos desde Corea Del Sur y Los rostros del Diablo -Metamorphosis- sigue con la tradición de las películas de exorcismos pero con un planteo estético y narrativo que resultan interesantes. Al comienzo, un sacerdote practica un exorcismo que sale mal y lo sumerge en la culpa. La familia Kang-Gu, integrada por los padres Gang-Goo -Dong-il- y Myung-Joo -Young-nam- y sus tres hijos, Sun-Woo -Hye-Jun-, Hyun-Joo -Yi-Hyun- y Woo-Jong -Kim Kang-Hoon-, se mudan a nueva casa cuando comienzan a suceder hechos extraños, ruidos molestos que vienen de la casa del vecino y la felicidad que tenían planificada se cae a pedazos. Una fuerza oscura dominará a la familia a partir de un planteo que se aleja de los clichés del género e instala el tema del "doble" con una inquietante mirada que empuja a los personajes hacia la locura. En Los rostros del diablo la vida cotidiana comienza a transformarse al punto de enfrentar a los mismos miembros de la familia. En la tradición de El exorcista y Aquí vive el horror, lo monstruoso se instala en los cuerpos para destruírlos y para generar desconfianza y miedo. El tío, el sacerdote del inicio, acudirá al hogar para solucionar el problema que atraviesan poniendo en duda la confianza del quinteto. Con buenas actuaciones, cuerpos que se retuercen y cambian de aspecto, un vecino amenazante y de extrañas costumbres y un sótano que también depara sorpresas, la película atrapa desde el comienzo con su atmósfera lluviosa y una tormenta que se cierne sobre la familia.
En la línea de Un detective en el kinder, Grandes espías trae al gigantesco Dave Bautista en una comedia de acción que acierta en su desarrollo y en el tono dado a su personaje. En Grandes espías, el agente de la CIA, JJ -Bautista es el símil de Dwayne "La Roca" Johnson- es relegado de su puesto luego de ser decubierto durante una investigación en Ucrania y pasa a liderar un simple operativo de vigilancia para controlar a Kate-Parisa Fitz-Henley-, una madre soltera y a Sophie -Chloe Coleman-, su hija de nueve años. Pero todo cambia cuando JJ es -nuevamente- descubierto y chantajeado por la pequeña y él se ve obligado a entrenarla como espía. Ambos formarán parte de una misión peligrosa que involucra lucha por el plutonio, traficantes de armas y un mapa escondido que moviliza la historia. El gigante y la niña desarrollan una relación de protección -JJ tiene un pez como Jean Reno tenía un planta en El perfecto asesino- en medio de un relato que va de la acción a la comedia con facilidad- Al inicio, hay un persecución en medio de tiroteos y explosiones con el fondo musical de Laura Branigan. La propuesta es autoconsciente del nivel de guiños que maneja -nombran a Mickey Rourke en Iron Man 2 y hay un final a lo Indiana Jones- y se apoya constantemente en las escenas en las que un "duro" del cine se ve ridículo patinando en la pista de hielo ante las exigencias de la pequeña heroína para terminar con el bullying de sus compañeros de colegio. Están además los villanos de turno pero el foco está colocado en la mirada ingenua y certera que nace de la relación entre la pareja protagónica -acá es más lista la niña que el agente-. Resulta divertido además el personaje de la compàñera enamoradiza de JJ, encarnada por Kristen Schaale y la pareja de vecinos gay del edificio. Un pasatiempo eficaz que entrega lo que promete en medio de una trama con recomposición familiar, figura paternas y parejas ausentes.
El cine de aventuras ubicado en paisajes naturales y basado en la legendaria novela de Jack London publicada en 1903 renace conEl llamado salvaje, un relato concebido a la vieja usanza , al igual que en el filme protagonizado por Charlton Heston en 1972 y cuyo final es similar al de esta nueva entrega. Entre el costado salvaje, la furia de la naturaleza y la brutalidad del hombre, la película ambientada en la época de la fiebre del oro en 1890, trae a Buck, el revoltoso perro (cruza de San Bernardo y Collie escocés) perteneciente al juez Miller (Bradley Whitford) que es secuestrado de su hogar en California (en el que hace destrozos debido a su torpeza y gran tamaño) y vendido para tirar trineos que llevan correspondencia en el helado ámbito de Yukón, Canadá. Ese arduo trabajo que realiza junto a su comprensivo amo Perrault (Omat Sy) y su compañera Francoise (Cara Gee) se ve interrumpido por una tormenta y amenazado además por el arribo del telégrafo. Buck enfrenta una serie de peligros (alud incluido) junto a los suyos en medio del maltrato, la explotación (como en Dumbo) y un feroz combate contra el líder perruno de la manada. Buck pasa de mano en mano y se cruza con John Thornton (Harrison Ford), el ermitaño que vive en una cabaña y arrastra un doloroso pasado familiar. Buck y John se necesitan en este viaje que se encamina hacia la adultez y la búsqueda del hogar según las leyes de la naturaleza. El riesgo de la propuesta recae en la técnica de animación digital de Buck (y del resto de los animales) para convertirlo en un personaje realista que interactúa con los actores, pero la barrera es superada en esta historia fiel al libro original escrita por Michael Green (Blade Runner 2049). El personaje de Harrison Ford (aquí sin el látigo de Indiana y con barba tupida) aparece de manera episódica y luego encuentra el desarrollo adecuado en el segundo tramo, donde impone su magnetismo y muestra la fragilidad de un aventurero solitario. El director Chris Sanders (Los Croods y Cómo entrenar a tu dragón) conoce las aventuras de animación, acierta con el ritmo y sortea los golpes bajos, apoyado por la exquisita fotografía de Janusz Kaminski. Se contagia además la maldad del villano casi infantil encarnado por Dan Stevens, un ambicioso buscador de oro.
El cine de género en Argentina sigue buscando su espacio y ofrece con frecuencia propuestas variadas y eficaces. Respira, del realizador Gabriel Grieco, tiene ecos de su primera película Naturaleza Muerta (2015). Una familia busca una nueva oportunidad en El Remanso, un pueblo alejado de la ciudad. Leonardo (Lautaro Delgado Tymruk), un piloto que está sin trabajo desde hace seis meses, es contratado para fumigar plantaciones de soja durante una semana. Leticia (Sofía Gala Castiglione), su mujer, es una traductora que mantiene el espíritu del hogar a pesar de la crisis de pareja y ambos emprenden la mudanza junto a su hijo (que sufre asma). Al jefe acosador y misógino (Daniel Valenzuela) que los recibe, se suma una serie de extraños personajes y situaciones que los sumergen en el ojo de la tormenta. El realizador va directo al grano con esta historia de suspenso, acción y toques de terror (otra vez los personajes enmascarados) que se suceden con la velocidad necesaria para generar la sensación de peligro constante. En ese sentido, la película ofrece un clima enrarecido al disparar su denuncia ante la falta de control por los efectos de la fumigación y la corrupción reinante, y funciona como un bienvenido pasatiempo que incluye lugareños que viven el horror (Leticia Bredice y Nicolás Pauls) y advierten que lo peor llegó al pueblo. Leonardo sospecha de su entorno mientras Leticia y su hijo son acechados por presencias misteriosas en la oscuridad de la destartalada casona. La trama incluye a un fumigador desaparecido, a un chico del pueblo que sufre los efectos del veneno y a un comisario (Gerardo Romano) con sus secuaces. Las mejores escenas tienen lugar en rutas desoladas y en el maizal que crea el escenario adecuado para las fugas y persecuciones como en las películas de terror norteamericanas. Desde un comienzo inquietante (con gallinas muertas), el filme se dispara con vuelo rasante como la avioneta fumigadora y genera tensión. Aunque algunos personajes resultan episódicos, el peso del relato recae en Sofía Gala y Lautaro Delgado, ambos correctos en sus roles. Todo es acompañado por logrados rubros técnicos y una música envolvente de Diego Hensel para este thriller ecológico que posa su mirada sobre una temática actual.
La película francesa de Fabrice Bracqaborda el tema del paso del tiempo y los vínculos familiares alterados a partir de la llegada de la tan esperada jubilación de Marilou y Philippe, un matrimonio que planifica su propio sueño: vivir bajo el sol de Portugal. Sin embargo, no todo es tan perfecto como parece. Este es el punto de partida del filme que sigue los pasos de la odontóloga -Michel Laroque- que lidia con sus pacientes, y de su marido -Thierry Lhermitte-, y que juega con el tema de la edad y el escaso tiempo dedicado a los nietos. La familia tiene peso en la historia y alta demanda sobre los protagonistas en un defile de hijos, romances cruzados, una abuela a la que creen le queda poco tiempo de vida y un collar para emergencias médicas que, en alguna escenas, es lo más simpático de la propuesta. El relato está contado con solvencia pero sin gracia y avanza entre diálogos acertados y la pareja central que está en su etapa crepuscular y con ganas de iniciar una nueva vida con tiempo libre y lejos de todos. Pero no es posible, porque cada personaje acarrea sus propios conflictos. Con gags desparejos y una mirada inclusiva sobre este clan particular en el que todos necesitan de todos, la historia se acerca a varios falsos finales y se extende más de lo debido en situaciones que pierden efectividad. Tanto Laroque como Lhermitte llevan con comodidad el peso del relato que también incluye la venta de la casa para poder afrontar los gastos en el exterior, un accidente y demuestra que, a veces, un puñado de familiares resulta ser una multitud.
Tras las películas de terror Ju-On, impulsadas por el cine japonés y que conocieron versiones estadounidenses, llega este “reboot” que toma una casa maldita como foco del terror. Y el grito gutural que fue una marca registrada casi veinte años atrás se impone con menor efectividad. La acción de La maldición renace se inicia en 2004, en Tokio, con Fiona Landers (Tara Westwood), una enfermera estadounidense que huye despavorida del lugar y vuelve a su hogar en Pensilvania. Una nueva casa. Un nuevo comienzo, y una maldición que parece no tener fin y se extiende a todo grupo familiar. El relato dirigido por Nicolas Pesce hereda el espíritu de la película original e imprime un clima de ribetes policiales que va y viene en el tiempo, e hilvana varias historias que parecen no tener conexión. Este rompecabezas fantasmagórico es investigado por la detective Muldoon (Andrea Riseborough), una madre soltera que cría sola a su pequeño hijo, vuelve a fumar mientras sigue una serie de extraños crímenes y cuenta con la ayuda del policía Goodman (Demian Bichir). De este modo, desfilan por la trama un matrimonio de agentes inmobiliarios que espera su primer hijo; una pareja de ancianos (ella con demencia senil y encarnada por Lin Shaye, el rostro emblemático de la saga La noche del demonio) que comienza a experimentar cambios de conducta, y los miembros de la familia Landers, que cayeron bajo la maldición del espíritu violento. La propuesta toma como punto de partida el filme escrito y dirigido por Takashi Shimizu en 2002 y dispara el terror hacia otras direcciones. Hay posesiones, un policía enloquecido (William Sadler) y, en ese sentido, se percibe el tono oscuro de Sam Raimi en su rol de productor, dentro del estilo de Posesión infernal. El terror diurno que se ve al comienzo deja lugar a los ambientes cerrados y amenazantes con presencias que se deslizan en la oscuridad, entre habitaciones de niños y cámaras de seguridad. Pero todo fue visto antes y mejor: desde la niña atemorizante que emerge de la bañera y monstruosidades varias que se mueven como “muertos vivos” a lo largo de una hora y media, en la que sólo se acumulan sobresaltos y pocos sustos. Una lástima porque la historia prometía más. Esta vez, el rencor de la casa queda ronco.
Sonic, personaje surgido de la franquicia de videojuegos de Sega, irrumpe en la pantalla grande en esta divertida propuesta que combina animación y acción en vivo. Un desafío a la hora de trasladarlo a otro escenario y con un diseño que incluso sufrió cambios antes de su lanzamiento. El filme es una travesía de aventuras que no deja nada librado al azar y en la que el humor se coloca en primer plano. El erizo azul más rápido del mundo se ve obligado a abandonar su isla y llega al pueblo de Green Hills, donde intenta integrarse a las costumbres terráqueas cuando conoce a Tom (James Marsden), el sheriff que sueña con ser un policía de San Francisco y cambiar su vida. La propuesta funciona como una versión moderna de E.T., en la que prevalecen la importancia de la amistad, el regreso al hogar y la recomposición familiar. Con esta premisa, la película de Jeff Fowler tiene los ingredientes pensados para atrapar al público de corta edad y con algún guiño para el público adulto que recuerda a Volver al futuro. La historia es simple y efectiva con este ser extraño y dulce que espía desde la ventana el calor del hogar y con un televisor de fondo que emite Máxima velocidad, la película con Keanu Reeves. Hay un toque de nostalgia al comienzo (Sonic es salvado por Garralarga, el ave que lo crió y corre peligro); hay aventuras potenciadas por el poder extraordinario de la velocidad que desarrolla, y la fantasía también aparece gracias a unos anillos mágicos que permiten pasar a otros mundos. Con un flashback inicial, la película ofrece persecuciones (con el eco de temas de Queen), tiroteos, peleas de salón, y hasta visitas fugaces a París, la Muralla China y las Pirámides de Egipto. Apodado por sus enemigos como el Demonio Azul, Sonic es considerado una rareza en el pueblo y es perseguido por un “agente” contratado por el gobierno, el Dr. Robotnik (Jim Carrey), el villano ultra tecnológico y extravagante, dueño de un extraño bigote, que se lanza sobre sus rápidos pasos. Jim Carrey aporta un registro de caricatura, baila, interrumpe al resto y sus morisquetas quedan nuevamente como su marca registrada. Su risa enloquecida quizás abra la puerta para una continuación...
La nueva película de DC Comics toma a Harley Quinn, a quien vimos hace cuatro años en Escuadrón Suicida, como el símbolo de la rebeldía en este universo plasmado con violencia y efectividad por la directora Cathy Yan. Harley Quinn -rol a cargo de una eficaz Margot Robbie- narra en off la historia que se adelanta o retrocede según la conveniencia y para comprender el comportamiento de algunos personajes. "Tenía que reinventarme" asegura la novia de Guasón, la mercenaria que no duda a la hora de volverse mortalmente divertida y está acompañada por una hiena como mascota. Cuatro crímenes perpetrados en Ciudad Gótica son investigados por la detective Montoya -Rosie Pérez- mientras Harley Quinn une fuerzas con Canario -Jurnee Smollett-Bell-, la cantante de un club nocturno y la Cazadora -Mary Elizabeth Winstead- con su ballesta a cuestas, para proteger a un niña que se tragó un diamante con valiosa información y es incansablemente buscada por el malvado rey del crimen, Máscara Negra. Este sádico villano encarnado por Ewan Mc Gregor -junto a un secuaz que despelleja a sus víctimas- se convierte también en el plato fuerte de la propuesta. Ya se verá por qué. La película resulta atrapante desde el comienzo -con un corto de animación-, acumula escenas de acción muy bien coreografiadas, persecuciones logradas y una visita a la planta química ACME con un desenlace ambientado en un lúgubre parque de diversiones. Aves de presa -y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn- revitaliza el universo de los comics de DC con su visión policromática y le insufla potencia, con un video clip -al ritmo de Madonna y Marilyn Monroe- a la vez que ostenta una envolvente banda sonora, en medio de una historia construída en base a venganza, traición y también unidad de grupo femenina con un considerable despliegue de luchas, tiroteos y artes marciales. El filme resulta más interesante que el anterior aunque por momentos redunda en sus explicaciones.
La visión de 1917, de Sam Mendes, resulta perturbadora en muchos aspectos y coloca al espectador como si fuera parte del conflicto bélico que deja destrucción, muerte y caos. El director de Belleza Americana y las dos películas de James Bond, Skyfall y Spectre, entre otras, prepara el campo de batalla como una suerte de tren fantasma que recorren los protagonistas. Nonimado a 10 Premios Oscar de la Academia de Hollywood, que incluyen "mejor película", "director" y "guión original", el relato sigue los pasos de dos soldados británicos, Schofield -George MacKay- y Blake -Dean-Charles Chapman- quienes deben cumplir una misión aparentemente imposible a través del norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes deben entregar una misiva al Coronel Mackenzie -Benedict Cumberbatch- para que suspenda un ataque planeado contralos alemanes para evitar una emboscada que terminará con la muerte de más de mil seiscientos soldados. Y, como si fuera, poco, encontrar al hermano de uno de ellos. El filme, concebido en un gran plano secuencia como en El arca rusa, sumerge al público y a los protagonistas en el ojo de la tormenta, un verdadero "camino a la perdición", entre trincheras, cráneos, cadáveres y una trampa mortal. En un territorio arrasado y abandonado, el peligro siempre es constante y esa sensación se transmite en la historia que conjuga de manera impactante el aspecto formal -aunque si hay cortes disimulados- con las penurias y el dramatismo de muchas escenas. La luz del fotógrafo Roger Deakinsacompaña de manera fantasmagórica con un atrapante juego de luces y sombras que se distorsionan, el periplo de ambos a través de territorio enemigo y con muchas sorpresas para el espectador. La muerte está presente de manera desgarradora y el suspenso se mantiene a lo largo de las dos horas entre detonadores, edificios en ruinas, soldados alemanes y una mujer refugiada con una beba. 1917 es una visión del horror en primera persona, con una puesta en escena milimétrica que moviliza, perturba y molesta, colocando en guardia al público más desprevenido. Un hediondo viaje en el que los dos héroes anónimos no buscan ni gloria ni medallas sino sobrevivir con ansias de reencuentro familiar.