Otra aventura de supervivencia basada en hechos reales, sobre la pareja que se embarca en un velero y queda a la deriva después del encuentro con un huracán. El islandés Baltasar Kormákur (Everest) le pone imágenes a un guión escrito a varias manos, que adapta el libro autobiográfico de la protagonista, Tami Ashcraft. Shailene Woodley la interpreta con soltura y convicción, la que cabe a una chica americana que viaja sola por el mundo, sin destino ni apuro, abierta a la aventura de los mapas y del corazón.
Así conoce y se enamora de un inglés (Sam Claflin) navegante, y juntos parten con la misión de cruzar el océano, cuyas imágenes de postal se convertirán en infernales. Dos elementos, sin embargo, conspiran contra el suspenso y la sensación angustiante de la desventura. Uno es la decisión de contar esta historia yendo y viniendo en el tiempo constantemente, con lo cual el dramatismo se escapa entre piezas de un rompecabezas cronológico, en lugar de crecer. Y el asunto se pone algo parsimonioso, exigiendo una paciencia absurda para llegar a lo que ya sabemos que llega. El otro, menor, es la escasa química, como se dice, que transmite la pareja, único eje de la trama fuera de la catástrofe. Hay un romanticismo dicho y mostrado -un anillo, una cena romántica, un baile- pero que no parece atravesar la imagen. Eso sí, en el tramo de resistencia pura de su heroína en medio del mar está la potencia y el corazón de la película.