Lo mejor que te puede pasar con este estreno es no conocer la historia real, e ir enterándote de todo ni bien avanza el metraje.
Por fortuna (como espectador) yo no sabía nada, y eso me permitió experimentar bien el film. El no saber el final es clave.
Pero si ya conocés la historia también se puede disfrutar. Porque el “cómo” está muy bien narrado.
En ese sentido, me pareció muy piola la manera en la cual está construido el montaje (tal vez incluso desde el guión), en forma no lineal.
El director islandés Baltasar Kormákur, quien ya trabajó en temáticas marítimas en su filmografía, hace un buen trabajo para generar momentos de tensión y desolación. Pero es Shailene Woodley quien se roba todos los aplausos.
Ya sea en cine o en tv, en trabajos más o menos comprometidos, siempre demuestra que es una de las mejores actrices de su generación.
Aquí, como Tami Oldham, te hace vivir todas sus emociones.
El film también funciona a nivel romántico, y es ahí donde Sam Claflin cumple muy bien su rol.
La duración es la justa, y si bien le falta épica tal como en Naufrago (2000), por ir a la obvia comparación, la película no apunta a ello.
Te entretiene y te moviliza porque es una historia real. Cumple.