La historia del náufrago y su supervivencia a base de inteligencia, instinto y suerte, ha seducido desde tiempos inmemoriales a los espectadores, lectores y mucho más. De “Robinson Crusoe” para acá hay una infinidad de historias que lo avalan y afirman.
Los relatos inspirados en la épica de la resistencia han rendido en diferentes pantallas y formatos, y si no basta observar que al menos cada dos años la industria del cine impulsa un nuevo proyecto de estas características y más cercano en el tiempo la búsqueda de acercar a nuevas generaciones a los mismos es evidente.
En este contexto, “A la deriva” (2018) basada en hechos reales, mezcla las dos afirmaciones de más arriba, una, relacionada a la epopeya del náufrago y otra el acercamiento inevitable a un público teen.
En esta oportunidad esa conjunción se da por la narración de los hechos que atravesaron la historia de una joven que decidió cambiar drásticamente su vida y embarcarse con su recientemente prometido en una travesía en alta mar.
Enmarcada en una romcom que suma la acción de la intrepidez de la aventura, termina perdiendo el rumbo y ni siquiera la fuerza de su protagonista puede contrarrestar algunos errores y decisiones que opacan el resultado final.
Hace unos años la inédita “Todo está perdido”(2013) con Robert Redford en silencio luchando con sus fantasmas y miedos, ofrecía un espectáculo único, además de una de las mejores actuaciones de su carrera.
Pero también hubo otras propuestas como “Gravedad”, “Mar Abierto” y hasta la mismísima “Naúfrago”, que entendieron el negocio y terminaron ofreciendo espectáculos cinematográficos acordes a la epopeya que se narrará.
Aquí, uno comprende el código y el destino del producto, teens que desean inspirarse con un relato almibarado de lucha y coraje, y como era de esperar, al poco tiempo del idilio entre los protagonistas, una tormenta complicará el viaje y “a la deriva” deberán sortear obstáculos, primero, para reencontrarse en medio del agua, y luego, para poder llegar a tierra de alguna manera.
En su afán de acercarse a nuevas generaciones, aquellas que supieron disfrutar del talento de Shailene Woodley en la saga “Divergente”, el director Baltasar Kormákur (el mismo de “Everest”) construye un relato de fórmula, donde la tragedia no inspira, el drama es de mentira, y los efectos especiales sólo suman desorientación a fuerza de estridencia y ruidos.
“A la deriva” omite renovar al género, y en la chatura con la que presenta su historia avanza a regañadientes entre un híbrido que termina perjudicando el tempo del relato y su necesaria empatía con los protagonistas.
Woodley hace esfuerzos denodados para representar con verosímil a su personaje, y lo logra pero el artificio se nota todo el largometraje. En otras oportunidades ha ofrecido naturalmente sus interpretaciones y eso también es un obstáculo en la historia, una propuesta olvidable y que sumerge al espectador en la nada misma por unas horas.